Despertábamos en un día lluvioso,
pero ya recuperados del cansancio de los días anteriores y con muchas ganas de
empezar a conocer la ciudad en profundidad. Nada más salir del hotel
comprobamos que las montañas que quedaban a nuestras espaldas amanecían
cubiertas de nieve, y la temperatura era algo más fresca que el día anterior.
Como primera visita del día
teníamos uno de los platos fuertes de la ciudad, el templo de Jokhang. Este templo, situado en la Plaza
Barkhor, se considera el corazón de Lhasa. Fue construido en el siglo VII por
el rey Songtsen Gampo, que lo construyó con el propósito de albergar a dos
estatuas que trajeron sus dos novias, las cuales una era procedente de China y
la otra era de Nepal. Como no podía decidir en que lugar construir el templo,
lanzó su anillo al aire con la promesa de construir un templo donde éste
cayera. Fue a parar a un lago golpeando una roca, de donde milagrosamente
surgió una estupa. El lago estaba lleno de rocas y aquí se construyó el templo
de Jokhang.
En la entrada al templo
encontramos una gran rueda de Dharma de ocho aspas flanqueada por dos ciervos.
Las aspas representan los ocho caminos budistas hacia la iluminación y los
ciervos sirven como recordatorio de que Buda dio su primer sermón en un parque
de ciervos.
En su interior podemos encontrar
el objeto más antiguo y venerado el Tíbet, la estatua de oro del Buda Sakyamumi
traída por la princesa Wencheng hace 1300 años. También podemos deleitarnos con
la estatua de 6 metros
de altura de Padmasambhava, el buda de la compasión y con la figura medio
sentada de Maitreya, el buda del futuro.
En el día de ayer ya estuvimos
paseando por sus alrededores, empapándonos del ambiente del lugar, el cual nos
dejó fascinados desde el primer momento, pero una vez pudimos entrar a él, solo
puedo decir que fue una de las experiencias más increíbles que vivimos en
nuestros tres días en Lhasa.
Cientos y cientos de peregrinos
hacen cola prácticamente amontonados unos encima de otros para recorrer las
múltiples salas de las que dispone el templo.
Entran en estas pequeñas salas
repletas de figuras de Buda en una especie de trance individual. Mientras
recorren el lugar, recitan mantras sagrados en voz baja mientras caminan con la
mirada perdida, totalmente concentrados en sus ofrendas. Estas consisten en ir
colocando billetes de dinero en todas y cada una de las salas (que son
muchísimas), ofrecen frutas y comida a las imágenes, y rellenan los altares con
sus enormes termos de mantequilla derretida, impregnando el lugar de un olor
muy particular, pero sin duda, dando al lugar una espiritualidad única. Es
imposible no sobrecogerse en este lugar.
Una vez visitamos la primera
planta del templo, subimos a su terraza, desde donde se obtienen posiblemente
las mejores vistas de la Plaza Barkhor con el Palacio Potala de fondo.
Desde
allí arriba comenzaba a darme cuenta de algo que no pasa desapercibido en este
país, y es su luz. Nunca había visto una luz igual. El color del cielo es tan
azul que a uno le cuesta creer muchas veces lo que está viendo.
Paseamos por su terraza,
deleitándonos con lo que teníamos delante nuestro y con lo que acabábamos de
ver, sin duda era una suerte visitar aquel lugar.
Dimos por concluida nuestra
visita al templo Jokhang y nos fuimos a comer. Habíamos quedado con Tenchuong
después de comer para nuestra segunda visita del día, el Monasterio de Sera,
así que nos fuimos a buscar un restaurante para comer, y casi sin darnos cuenta
dimos a parar al que sería nuestro restaurante permanente los días que estuvimos
en Lhasa, el Kalaish Restaurant, casi al
final de la calle Yutong. Se trata de un restaurante muy
cuidado, situado en la segunda planta de una especia de centro comercial.
Sirven comida tibetana, china y occidental. El personal es muy amable (como en
toda la ciudad) y el precio es muy barato, así que repetimos todos los días que
estuvimos en la ciudad.
Una vez comimos, nos fuimos en
busca de Tenchuong y nos fuimos hacia Sera Monastery. El monasterio se
encuentra situado a unos cinco kilómetros al norte de Lhasa, así que tomamos un
taxi para llegar hasta él.
Se trata del tercer monasterio en
importancia de Lhasa, después del Palacio de Potala y Jokhang. Se terminó de
construir en el año 1419 bajo las órdenes de Shaka Yeshe, un célebre maestro
que viajó a Pekín y Mongolia para predicar el budismo, y durante la dinastía
Ming, el monasterio llegó a albergar a cerca de 10.000 monjes.
Pero hoy en día, el monasterio de
Sera además de contener reliquias budistas, es conocido por los famosos debates
que realizan los monjes sobre las doctrinas del budismo.
Los monjes debaten
acaloradamente al aire libre sobre sutras y escrituras, mientras son observados
por montones de turistas que se agolpan en frente de ellos. Estos debates duran
alrededor de dos horas y se realizan de martes a domingo a las 15:00 h.
Más que un monasterio en sí, el
lugar parece un pequeño pueblo, ya que este dispone de varios edificios, calles
por las que pasear, pequeñas plazas... La visita nos llevó unas dos horas. El
lugar es muy interesante, y los debates entre los monjes son curiosos de ver.
Sin duda es otra de las visitas imprescindibles de la ciudad.
Una vez terminamos la visita,
teníamos toda la tarde para nosotros, así que sin dudar ni un momento nos
fuimos a pasear por las calles del Barkhor. Nos pusimos a callejear sin rumbo
ni dirección, simplemente dejándonos llevar por sus callejuelas perdidas, sus
rincones escondidos, una auténtica delicia.
Sin querer aparecimos en un mercado
callejero con montones de puestos de comida. Carne, verduras, todo tipo de
productos que la mayoría no sabíamos ni que eran. Pasear por estas calles te
hace sentir que estás en otro mundo.
Una vez acabamos nuestro tour
desorganizado, nos fuimos a cenar de nuevo a nuestro restaurante de cabezera,
el Kalaish. De nuevo cena perfecta, así que como habíamos recobrado de nuevo
las fuerzas, el siguiente destino estaba claro, había que ir a ver el Palacio
de Potala por la noche. Desde el restaurante había unos cinco minutos andando,
así que enseguida llegamos. Esta vez llegamos hasta él por una de las entradas
laterales de su plaza principal.
Nos encontramos con un espectáculo de luz y
agua en la fuente que hay en Potala Palace Square, y justo delante, el
imponente Palacio de Potala, iluminado, precioso, inolvidable.
A estas horas de la noche hacía
frío, pero uno se resiste a marchar de un lugar como este. Tras cientos de
fotos decidimos volver sobre nuestros pasos y marchar hacia el hotel, con ganas
de seguir conociendo esta ciudad que en dos días me había enamorado por
completo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario