sábado, 1 de junio de 2013

Día 7 – Salzburgo y regreso


Después de siete días por tierras alemanas y austriacas, nuestro viaje llegaba a su fin. Nuestras últimas horas de viaje, las íbamos a pasar visitando el resto de la ciudad de Salzburgo que nos quedaba por ver. Teníamos de plazo hasta mediodía, ya que debíamos volver a Munich a coger nuestro vuelo de regreso a casa, así que madrugamos y nos pusimos en marcha. Salimos del hostel a las 7:30 h dirección a nuestra primera parada, Kapuzinerberg, el monte de los Capuchinos. Para subir hasta él, fuimos recorriendo Linzer Gasse hasta llegar a Felixpforte, una bonita puerta que data de 1632, y que fue parte de la muralla de protección de la ciudad.


Una vez cruzamos Felixpforte, nos espera una empinada cuesta con mucho desnivel. Mientras la subimos, nos vamos encontrando diferentes representaciones de la pasión de Cristo.


Una vez arriba, el Kapuzinerkloster (la Abadía de los capuchinos), nos espera. Se trata de una sencilla iglesia de la orden capuchina que se puede visitar. Además de esta, podemos encontrar varios senderos para recorrer la montaña, lo cual era nuestra primera intención, pero como no teníamos mapa de la zona, y las señales eran algo confusas, nos hicieron desistir de nuestra primera intención, e irnos a ver uno de los reclamos de la montaña, las vistas de la ciudad desde la otra orilla del río.



Una vez disfrutamos de las vistas, nos fuimos hacia el centro de la ciudad bajando por las escaleras que encontramos y desembocando en el Staatsbrücke, el puente que cruza el río Salzach.
Nos dirigimos hacia la Residenz para continuar con nuestra visita, pero no abrían hasta las 10:00 h, así que nos fuimos a dar una vuelta por Mozartplatz, y después nos dirigimos hacia la catedral.


La Catedral de Salzburgo data del siglo VIII, y desde entonces, varias ampliaciones fueron dando lugar al templo que encontramos hoy en día. La construcción original se inició en el año 767. En el año 1598, la ciudad sufrió un incendio que arrasó con ella, volviendo a ser construida e inagurada en 1628. En 1944, una bomba destruyó su cúpula y parte del ábside, y tras ser de nuevo reconstruida, volvió a lucir su antiguo aspecto en 1959. Las tres cifras que encontramos en las rejas de la entrada, recuerdan las tres fechas de inauguración de la catedral, 774, 1628 y 1959.
El 28 de enero de 1756, Wolgfang Amadeus Mozart fue bautizado en la Catedral de Salzburgo, y en 1779, fue nombrado organista de la corte. Toda la plaza y la misma Catedral, me sorprendieron gratamente, y su interior me gustó mucho, así que recomiendo mucho su visita.



Después de visitar la catedral, nos fuimos hacia Peterskirche, la Abadía de San Pedro y su famoso cementerio, aunque como las catacumbas no abrían hasta las 10:30 h, nos fuimos a visitar la Residenz (9 euros).


La Residenz se trata de la antigua residencia de los los Arzobispos de Salzburgo. En ella, los Arzobispos gobernaban la ciudad y recibían a súbditos y diplomáticos. Los Arzobispos de Salzburgo llegaron a tener tanto poder, que eran temidos incluso por los reyes austriacos. En su interior, encontramos diferentes salones adornados con tapices y opulentas decoraciones, y en una de sus salas, Mozart dio su primer concierto con tan solo 6 años. La visita se realiza con audioguía, y dura unos 45 minutos. La visita me gustó mucho, así que la recomiendo si se dispone de tiempo.




Una vez acabamos la visita de la Residenz, nos fuimos esta vez sí, a visitar la Abadía de San Pedro y sus catacumbas. Se trata de una iglesia estilo Rococó, con unos bonitos frescos pintados en su techo y paredes, que me gustó mucho. En esta iglesia Mozart estrenó su Misa en Do Menor, y todos los años en vísperas del aniversario de su muerte, tiene lugar un concierto homenaje donde se interpreta su Réquiem.



Además de la belleza de su interior, la Abadía de San Pedro destaca por su cementerio, el más antiguo de la ciudad. El cementerio de San Pedro está considerado uno de los más bellos del mundo, y en él están enterrados varios personajes ilustres, entre ellos la hermana de Mozart, Nannerl Mozart. Además del cementerio, podemos encontrar las catacumbas (1,5 euros), unas tumbas excavadas en la roca en una de las caras de los acantilados de Mönchsberg. Lo que más me gustó sin duda de la visita a las catacumbas, son las vistas que hay de la Abadía de San Pedro y su cementerio.


Una vez visitamos Peterskirche, nos fuimos hacia Universitätsplatz, donde nos encontramos un mercado callejero con productos artesanales.


Continuamos paseando por la ciudad, y aparecimos en Herbert-V.-Karajan-Platz, y nos dirigimos hacia nuestro siguiente destino, Getreidegasse, una de las calles más importantes de Salzburgo. Se trata de la calle más comercial de la ciudad, y en ella destacan sus carteles de hierro forjado. Estos letreros se empezaron a usar en la Edad Media, cuando muchas personas eran analfabetas y se orientaban en los comercios a través de estos carteles.



En Getreidegasse podemos encontrar además de las típicas tiendas de las primeras marcas, pequeñas tiendas de artesanía y juguetes artesanos. Además de la misma calle, es imprescindible visitar sus callejones, donde encontramos pequeñas joyas ocultas. Sin duda, otra de las visitas imprescindibles de Salzburgo.
 

En el número 9 de Getreidegasse, nos encontramos con la casa natal de Mozart, Geburtshaus (10 euros). En ella nació el genial compositor la noche del 27 de enero de 1756. En ella podemos ver algunos objetos personales del compositor, algunos manuscritos y varios instrumentos. De la casa original no queda nada, y en una de sus plantas, podemos ver una recreación del interior de una casa de la época. La visita es interesante, aunque no la considero del todo imprescindible, así que si no se dispone de mucho tiempo, se puede dejar para otra ocasión.


Después de visitar la casa de Mozart, continuamos bajando por Getreidegasse, y tras unirse con Judengasse, encontramos una tienda que enseguida llamó mi atención, Christmas in Salzburg. Se trata de una tienda de adornos de navidad donde podemos encontrar todo tipo de adornos, alguno de ellos, auténticas obras de arte. La tienda es enorme, y sin duda, merece una visita.




Terminamos nuestro recorrido de nuevo en Mozartplatz, dando así por concluida nuestra visita al centro de la ciudad.
Antes de regresar a Munich, aún nos quedaba una visita por hacer, los jardines del Palacio de Mirabell. El palacio, aunque no se encuentra en el centro de la ciudad, se puede ir hasta él andando, ya que no queda muy alejado de este, así que cruzamos a la otra orilla del río Salzach, y tras tomar la calle Schwarzstrasse, llegamos en poco más de diez minutos.


El Palacio de Mirabell fue construido en 1606, y tenía la función de hospedar a Salome Alto, amante del príncipe arzobispo Wolf Dietrich von Raitenau. El palacio destaca por el lujo de su interior, pero no se puede visitar, a menos que se asista a alguno de los conciertos que se realizan en él. Lo que sí se puede visitar, y sin coste alguno, son sus magníficos jardines. El Palacio es conocido también por ser uno de los lugares donde se rodaron varias escenas de la película “Sonrisas y Lágrimas”, así que puede ser un buen lugar de visita para los amantes del film.



Paseamos por ellos durante un buen rato, ya que el día invitaba a pasear tranquilamente, hasta que después de recorrerlos, dimos por concluida, esta vez si, nuestra visita a esta maravillosa ciudad.
Mientras regresábamos a nuestro hostel a por nuestras mochilas para irnos hacia Munich, ya que nuestro vuelo de regreso salía desde allí, sin saberlo, comenzaba nuestro último percance del viaje, y es que una vez llegamos a la estación de tren, y mientras esperábamos a que nuestro tren fuese anunciado en las pantallas de la estación, comprobamos que nuestro tren hacia Munich no aparecía por ningún lado. Con el recuerdo de nuestro viaje de ida aún fresco en mi memoria, comprendí rápidamente que el tren hacia Munich no circulaba, aunque fui a preguntar a la ventanilla correspondiente, donde efectivamente, el peor de mis temores fue confirmado, las vías del tren seguían inundadas (hacía más de tres días de las últimas lluvias!!!!!) y para llegar hasta Munich, debíamos hacer el mismo recorrido que hicimos a la ida, es decir, tres trenes regionales…..”Houston, tenemos un problema……y gordo”. Nuestro avión de Munich salía a las 21:30 h, y según el itinerario que nos dieron, nuestro tren llegaba a Munich a las 20:30. Nuestro viaje de ida duró cinco horas, cuando el tiempo previsto eran tres y media, así que estábamos muy muy pillados. Mi primera intención fue ir a preguntar a la estación de autobuses, pero para mi sorpresa, no había autobuses hacia Munich……”Houston, seguimos teniendo un problema”. Tras unos momentos de tensión máxima, se encendió la bombilla………”¿y si pregunto en la oficina de Europcar por un coche de alquiler?”. Por suerte, la oficina quedaba cerca de la estación, así que fui a preguntar, y bingo!!! Tenían coches para alquilar (78 euros), así que sin pensarlo dos veces, nos metimos corriendo en el coche, y hacia Munich. Una vez metidos en la autopista, vimos enseguida el cartel de Munich (145 kilómetros) así que respiramos tranquilos, pero una vez llevábamos recorridos unos 30 kilómetros, nos encontramos en medio de un atasco monumental…….”no puede ser!!!!!”. Llevábamos tiempo de margen, pero una vez pasados 45 minutos, la tensión se podía cortar con un cuchillo dentro del coche. Tras casi una hora sin prácticamente movernos del sitio, vemos que poco a poco comenzamos a movernos, y una vez pasado un tramo de obras en la autopista, enseguida cogimos un ritmo tranquilizador. Tras casi tres horas de viaje, llegamos por fin al aeropuerto de Munich, pudiendo facturar tranquilamente y con el tiempo justo de irnos a tomar nuestra última cerveza en una Hofbräuhaus que encontramos en el mismo aeropuerto, con la que dábamos por terminado nuestro viaje por tierras alemanas y austriacas.
Nos despedíamos de una semana llena de lugares maravillosos, de pequeños rincones donde pasamos muy buenos ratos, y sobre todo, de una semana donde habíamos aprovechado al máximo nuestro tiempo. La sensación que tenía mientras me despedía de nuestro viaje, era la de haber visitado una ciudad, Munich, en la que el tiempo nos había jugado una mala pasada. Nos había roto muchos de nuestros planes, ya que no nos permitió visitar la ciudad como me hubiera gustado. Nos fastidió nuestra visita al Englishcher garten, no nos dejó comer tranquilamente en Viktualienmarkt, nos estropeó la visita al Palacio de Nymphenburg, y sobre todo, no nos dejó disfrutar de sus famosos Biergartens, pero aún así, descubrimos una ciudad encantadora, con una cultura cervecera que yo nunca había visto en ningún sitio. Descubrimos unas cervecerías donde pasamos ratos inolvidables, visitamos pequeñas joyas como Asamkirche, plazas encantadoras como Marientplatz, en definitiva, una ciudad que me gustó mucho, pero que me marchaba con la sensación de no haberla disfrutado como me hubiera gustado. Sin embargo, esa sensación quedaba eclipsada cuando pensaba en el Castillo de Neuschwanstein y su entorno. En ese día inolvidable que pasamos en él, con la visita al castillo y ese rincón inolvidable que fue Marienbrücke. Pensaba en esa pequeña joya que descubrimos en Salzburgo, una ciudad que me atrapó nada más poner los pies en ella, sus vistas desde Mönchsberg, su maravillosa Kapitelplatz. Recorrer sus calles, pasear por la orilla del río Salzach mientras el sol caía y se reflejaba en sus casas, o esos momentos de descanso y tertulia que pasamos en el Monasterio de Mülln, sin duda, uno de los mejores recuerdos que guardo de nuestro viaje. Y me acordaba de nuestra visita a St. Wolfgang y en especial a Hallstatt, uno de esos lugares tocados con una varita mágica, uno de esos lugares donde por muchas fotos que hayas visto, una vez estás en ellos, te sientes afortunado de haber llegado hasta allí. En definitiva, muchos recuerdos imborrables que guardo en mi cajón secreto de los viajes, un cajón que aún estando lleno, espero no cerrarlo nunca.

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