sábado, 26 de octubre de 2013

Día 15 – Cape Agulhas – Arniston

Durante toda la noche la lluvia había estado cayendo con fuerza, cosa que continuaba haciendo cuando llegó la hora de levantarse. Para hoy teníamos prevista la visita del Cabo de Agulhas, el punto más al sur del continente africano. Nos encontrábamos ante un escenario poco halagüeño, ya que el viento, el frío y la lluvia hacían poco apetecible el pisar la calle, pero aún así decidimos seguir con nuestro plan del día.
El Cabo de Agulhas fue descubierto por Bartolomé Díaz, y como ya he comentado se trata del punto más al sur de África, muchas veces atribuido erróneamente al Cabo de Buena Esperanza. Se le llamó así por la particularidad de la zona, ya que se comprobó que en ese punto la declinación magnética era nula, por lo que las agujas de las brújulas se volvían locas y apuntaban exactamente al norte geográfico.
En la zona ha habido numerosos naufragios, como el del Meisho Maru 38 en 1997, barco del cual se pueden ver los restos a pocos metros de la zona, y sobre todo el Arniston, barco que naufragó en Waenhuiskrans el 3 de Mayo de 1815, perdiendo la vida 372 de sus 378 tripulantes, a poca distancia de Agulhas. Todo este tipo de circunstancias sumadas al clima que suele haber en la zona, donde los fuertes vientos provocan que el mar rompa de forma muy violenta contra las afiladas rocas en forma de agujas que bañan la orilla, su paisaje agreste e inhóspito, no hicieron más que alimentar la leyenda de la zona. El Cabo de Agulhas sirve también como punto de unión de dos océanos, el Índico y el Atlántico.
Desde nuestro backpacker situado en Struisbaii nos separaban unos siete kilómetros hasta el pueblo de Agulhas, así que nos pusimos en marcha, divisando a lo lejos algún que otro claro en el cielo que nos daban esperanzas de poder visitar la zona como se merece. Al llegar al parking de la zona comprobamos que éramos los primeros en llegar y la oficina de información aún estaba cerrada. Mientras nos preparábamos vimos llegar a la encargada de la oficina, una mujer mayor muy agradable que dándonos los buenos días, nos invitó a entrar y nos dio una charla sobre la historia del faro, del lugar, de las flores de la zona, de su familia, de su suegro, del cultivo de las flores autóctonas….nos puso al corriente de todo lo relacionado con Agulhas y no se cuantas cosas más, pero la mujer era tan agradable que sabía mal no dejarla acabar, así que aguantamos pacientemente toda la charla. Tras un buen rato de conversación (más bien monólogo) nos pusimos en marcha hacia la piedra que simboliza la unión de los dos océanos, el Índico y el Atlántico. 


El camino desde el faro hasta la piedra que simboliza el lugar tiene una distancia de un kilómetro y transcurre por una pasarela de madera que lleva directamente hasta él. También se puede acceder hasta él en coche, pero merece mucho la pena llegar hasta allí andando, comprobando la fuerza del viento y el océano en primera persona. 


El tiempo nos había dado una pequeña tregua, ya que la lluvia había dejado de caer por un momento, así que nos pusimos en marcha y casi sin darnos cuenta llegamos a la famosa roca. 


El viento que soplaba era tan fuerte que costaba mantener el equilibrio, a lo que había que sumar el frío que hacía, lo cual hacía poco agradable estar paseando por la zona, pero el lugar merecía mucho la pena, estábamos en el punto más al sur de África. Entre nosotros y la Antártida tan solo nos separaban unos seis mil kilómetros de frías y enfurecidas aguas, sin duda estábamos en un lugar especial.
Tras las fotos de rigor, nos fuimos paseando (podríamos decir que empujados debido al fuerte viento) hacia los restos del Meisho Maru 38. El barco naufragado se encuentra a un kilómetro más o menos de la roca del Cabo de Agulhas. 


Una vez llegamos a él, tan solo podía disfrutar de la zona atraído no sé muy bien de que, quizás de su magnetismo, tal vez de sus fantasmas, de su atmósfera inhóspita, de su soledad, de algo invisible que hacía de su conjunto un lugar enigmático e irresistible, un rincón especial, un sitio que no me dejó indiferente.


Tras un buen rato disfrutando de aquel enigmático paisaje, nos fuimos a investigar sobre un trekking que salía de allí mismo. Se trataba de un recorrido circular de 5’5 kilómetros y de 2’5 h de duración según marcaba el panel. Trascurría por el interior de un pequeño bosque que se adentraba en la parte derecha de la playa y que terminaba recorriendo parte de la playa donde estábamos situados. Mientras decidíamos si hacerlo o no, de repente el lugar cambió radicalmente. De un cielo azul que teníamos hasta ese preciso instante, pasamos en cuestión de segundos a un cielo totalmente oscuro y tenebroso. La lluvia comenzó a caer de forma violenta golpeando con fuerza sobre nosotros, clavando sus gotas de agua con la ayuda del fuerte viento como si de finas agujas se trataran en cualquier parte de nuestro cuerpo que no estuviera bien resguardada. El viento a su vez, hacía del todo imposible caminar en línea recta, dándonos a entender la dureza del clima en este lugar. La imagen era dantesca. Por un momento me sentí como uno de aquellos marineros que luchan contra la tormenta. La sensación fue indescriptible, regalándome una imagen del lugar imborrable. Completamente empapados, volvimos sobre nuestros pasos disfrutando de aquella experiencia, y lo extraño fue que en menos de diez minutos volvíamos a tener un sol radiante con un cielo totalmente despejado, demostrándonos lo rápido que puede cambiar el tiempo en este lugar. 


Una vez cambiados de ropa nos dirigimos hacia el puerto de Struisbaii donde nos comentaron que era común ver rayas gigantes y nadar entre ellas, aunque nosotros no tuvimos mucha suerte, ya que no pudimos ver ninguna. Lo que si nos encontramos al llegar fue un bonito paisaje de aguas turquesas y barcos de pescadores que daban al lugar un aspecto de postal.




Casi sin querer nos encontramos justo delante de The Pelican, un restaurante del cual había leído varias recomendaciones de viajeros mientras preparaba el viaje, así que decidimos parar a comer. La verdad que el sitio me encantó, comida deliciosa a un precio muy razonable (si se está por la zona es del todo recomendable y la ensalada The Pelican obligatoria). 



Después de tomar café en Suidpunt Potpourri, un bonito café justo antes de llegar al faro de Agulhas, dábamos por concluida nuestra visita al Cabo de Agulhas, un lugar inolvidable.
Mi primera intención una vez visitada la zona era la de irnos hacia Arniston, a cuarenta y tres kilómetros de Agulhas para ir a visitar su famosa cueva, Waenhuiskrans. El pueblo debe su nombre al naufragio del Arniston en su costa el 3 de Mayo de 1815, que como ya he comentado anteriormente dejó la triste cifra de 372 muertos (solo supervivieron seis de sus tripulantes). Se trata de un bonito pueblo de pescadores en el cual se encuentra una cueva que solo puede ser visitada durante la marea baja, y desde su interior se obtienen unas bonitas vistas del océano. La noche anterior nos habían comentado en Struisbaii que la marea baja era a las 7:00 h y a las 20:00 h, lo cual nos hacía del todo imposible su visita, quedando totalmente descartada, pero mientras íbamos por la carretera apareció el desvío hacia Arniston y no pude resistir la tentación de ir a visitar la zona, así que sin pensarlo dos veces, tomé el desvío por una carretera sin asfaltar y enseguida empezamos a encontrar indicaciones hacia Waenhuiskrans. De repente, aparecimos en una carretera que nos regalaba un paisaje precioso. Campos llenos de vivas flores amarillas que contrastaban con un cielo azul y montones de nubes. De nuevo Sudáfrica nos regalaba paisajes inolvidables.



Casi sin darnos cuenta aparecimos en el pueblo de Arniston y nos fuimos directamente hacia Waenhuiskrans. Nada más llegar a su playa, enseguida me atrapó la belleza del lugar. Aguas turquesas, pequeñas formaciones rocosas donde rompían las olas con fuerza, dunas de arena fina….una maravilla. 



Tras preguntar por la marea nos volvieron a confirmar que hasta entrada la noche no volvería a haber marea baja, así que decidimos a ir a visitar la cueva desde las rocas, ya que el camino no lleva más de diez minutos. En la zona hay diferentes miradores, así que uno puede perderse entre ellos y encontrar pequeños rincones mágicos. 


Una vez visitados, nos fuimos hasta Waenhuiskrans, la cual pudimos ver bastante bien desde uno de los pequeños acantilados de la zona. 


No hace falta decir que me quedé con todas las ganas de visitarla, pero con la marea que había se hacía del todo imposible, así que dimos por concluida nuestra visita a Arniston. Antes de marchar pudimos ver a un surfista practicando surf en la zona (un auténtico crack), ya que al parecer es un buen lugar para la práctica de este deporte. 


La visita a Arniston me encantó, y creo que si se visita Agulhas es un complemento perfecto para hacer el mismo día. Con su visita nos despedíamos ya de la zona y nos poníamos en marcha hacia nuestro siguiente destino, Hermanus, a un par horas de donde nos encontrábamos. Para llegar hasta allí debíamos tomar la R316 y enlazar con la R326 y tomar el desvío por la R43, carretera que nos llevaría hasta Hermanus, todo muy sencillo. De nuevo la carretera nos regalaba imágenes de postal que hicieron del camino una atracción más.


Una vez llegamos a Hermanus fuimos a buscar el backpacker que teníamos apuntado, Hermanus Backpacker, un hostel muy acogedor. Encontramos alojamiento y decidimos quedarnos dos noches, ya que íbamos a aprovechar la zona para realizar uno de los platos fuertes del viaje, la inmersión en jaula para ver al gran tiburón blanco, sin duda, una de las experiencias más impresionantes del viaje.






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