domingo, 16 de noviembre de 2014

Día 4 - Lhasa

Hoy amanecíamos con un sol radiante. Era nuestro último día de visitas en Lhasa, pero para este último día aún nos quedaba la visita a uno de los platos fuertes, el icono de Lhasa, el Palacio de Potala. Durante los días anteriores no habíamos podido resistir la tentación de visitar el palacio por su exterior, pero hoy por fin íbamos a conocer su historia desde su interior.


Se trata de la residencia de los Dalai Lama desde el siglo XVII hasta 1959, fecha en la que el actual Dalai Lama, Tenzin Gyatso tuvo que exiliarse a Dharamsala (India) tras una revuelta popular contra China. El palacio está situado sobre la montaña sagrada Hongshan, a una altura de 3650 metros sobre el nivel del mar, y fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994.
Llegamos a sus alrededores a primera hora de la mañana, y a esta hora nos encontramos a montones de personas que recorrían el exterior del recinto a modo de peregrinación, rezando y cantando sus mantras, haciendo girar sus enormes ruedas de oración. De nuevo nos encontrábamos inmersos en un ambiente espiritual único.


Para entrar al palacio, tienes asignada una hora de entrada que hay que respetar, así que tuvimos que esperar un poco a que llegara nuestro turno, ya que la cola para visitar el recinto era enorme. Una vez llegó nuestra hora, comenzamos a recorrer los salones a los que está permitida la entrada. 



La visita es bastante interesante, ya que se recorren las diferentes habitaciones donde residían los antiguos Dalai Lamas, aunque el recorrido es bastante limitado, ya que muchas de las habitaciones del palacio están cerradas al público. Mientras recorríamos el palacio, nuestro guía Tenchuong nos iba contando historias sobre el budismo, sus ofrendas, sus costumbres... cosa que hacía todas las visitas a los monasterios muchísimo más interesantes, y es que él había sido monje durante catorce años, así que su conocimiento sobre la religión budista y la vida de los monjes era sobresaliente.
Justo al llegar a uno de los altares del palacio, uno de los monjes que se encargaban de su cuidado comenzó a llamarnos con gestos de que nos acercáramos hasta él. Una vez nos acercamos, nos enseñó un sombrero que nos dijo que había pertenecido al Dalai Lama anterior al actual, y pasándonos el sombrero por nuestra frente, nos bendijo y nos dijo que nos traería suerte. Sin ser una persona creyente, sin duda ese momento fue algo muy especial, porque al bendecirnos a nosotros, un montón de peregrinos se acercaron en masa a que el monje les pasara el sombrero por su cabeza. La manera que tienen los tibetanos de vivir su religión es algo muy especial y sin duda es imposible no contagiarse de ese fervor y espiritualidad.
La visita al palacio termina con las tumbas de muchos de los Dalai Lamas que hay enterrados en él. Auténticos tesoros que impresionan por sus dimensiones.
Una vez acabada la visita, nos fuimos paseando por la parte trasera del palacio, desde donde se contemplan unas preciosas vistas de la parte norte de la ciudad. 


Rodeamos su parte trasera, mientras cientos de peregrinos seguían recorriendo sus alrededores incansablemente. Una imagen que uno no se cansa de contemplar nunca. 



Llegamos de nuevo a la entrada principal, dando por concluida nuestra visita al Potala, pero aún nos quedaba otra visita importante, Norbulingka, el palacio de verano.


Se trata de un palacio construido en el siglo XVIII y que fue usado como residencia de verano por los Dalai Lamas, donde organizaban festivales.
En el recinto encontramos varios templos dentro de un bonito parque con grandes jardines, el cual invita a pasear tranquilamente. 


En el palacio principal se pueden ver las distintas estancias donde habitaba el Dalai Lama, aunque para mi, lo más bonito del lugar es pasear tranquilamente por sus cuidados jardines. Tras un agradable paseo, dábamos por concluida nuestra visita al recinto.


Nos dio la hora de la comida, así que aprovechamos para reponer fuerzas, ya que aún nos quedaba una última visita. Tenchuong quería enseñarnos Ramoche Temple, un templo que no teníamos previsto visitar, pero él había estado allí como monje unos cuantos años atrás, así que aceptamos encantados su propuesta.
Nos fuimos poco a poco hacia la zona de Jokhang, ya que Ramoche Temple se encuentra muy cerca de esta, y una vez llegamos, me sorprendió lo bonito que era. 


Tenchuong nos llevó por el interior del templo, nos enseñó las cocinas (me sorprendió lo limpio que estaba todo), la zona donde estaban las habitaciones de los monjes, y nos subió a su terraza, desde donde teníamos unas magníficas vistas del Palacio de Potala. Sin duda se movía por el templo como pez en el agua. 


Desde la azotea pudimos ver a varias personas que se encontraban en otras terrazas de alrededor, sentadas en sillas y paseando por ellas. Tenchuong nos explicó que se trataban de militares chinos que vigilaban las calles de la ciudad. Fue algo que me impresionó mucho, ya que hasta ahora habíamos visto toda la vigilancia y la policía que había por las calles, pero esa situación mostraba perfectamente la realidad que se vive en este país, el asedio constante al que son sometidos los tibetanos por parte del gobierno chino. Una auténtica vergüenza.
Terminamos la visita y agradecimos a Tenchuong que nos hubiera llevado a conocer este precioso templo, ya que no entraba en nuestros planes y sin embargo fue una visita que nos encantó. 


Nos despedimos de él hasta el día siguiente, y como aún nos quedaban unas horas libres por la tarde, decidimos ir a empaparnos por última vez del ambiente de Barkhor, y es que esta parte de la ciudad crea adicción. 


Volvimos a pasar la tarde recorriendo sus calles y despidiéndonos de ellas, ya que aunque aún nos quedaba otra noche más en la ciudad, hoy eran las últimas horas que podíamos dedicar a pasear por ellas. 


Para terminar el día, nada mejor que ir a cenar a nuestro restaurante estrella, el Kalaish, en el que ya nos saludaban al entrar como si fuéramos clientes habituales.
Tras la cena, nos fuimos tranquilamente hacia nuestro hotel, despidiéndonos poco a poco de esta maravillosa ciudad, ya que al día siguiente salíamos por primera vez de Lhasa y pasaríamos todo el día fuera de ella. Íbamos a aparcar por un día las visitas a templos e íbamos a disfrutar de una visita diferente, el lago Namtso, una visita que prometía mucho, aunque aún no éramos conscientes de cuanto.

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