sábado, 22 de noviembre de 2014

Día 6 - Lago Yamdrok - Glaciar Karola - Gyantso

Hoy dejábamos Lhasa. Habíamos pasado tres días inolvidables en esta ciudad y costaba hacerse a la idea que ya no íbamos a volver a pasear por los alrededores del Barkhor, o llegar paseando hasta las puertas del Palacio de Potala, pero por otra parte teníamos muchas ganas de seguir visitando este increíble país, así que una cosa compensaba la otra. Hoy comenzábamos nuestra ruta por la famosa Ruta de la Amistad (Friendship Highway). Esta ruta o carretera une la ciudad de Lhasa con Kathmandu, capital de Nepal en una distancia de unos 1.500 kilómetros, pasando por muchas de las montañas más altas del planeta, como el Monte Everest, Cho Oyu, Shisha Pangma.... Se trata sin duda de una de las atracciones más importantes del país.
Salíamos puntuales a primera hora de la mañana en nuestro vehículo 4x4 que nos llevaría durante seis días a cruzar esta mítica carretera. Como primera parada teníamos previsto el lago Yamdrok, otro de los lagos sagrados de Tíbet. Aún sin habernos recuperado del shock vivido el día anterior en Namtso Lake, salíamos de Lhasa con ganas de seguir disfrutando de los paisajes que nos regalaba Tíbet, cosa que empezó a ser palpable al poco de comenzar nuestra nueva aventura.


De nuevo volvíamos a quedarnos sin palabras ante la belleza de las carreteras, montañas y ríos del país, algo que a estas alturas de viaje ya parecía que era lo habitual.


Comenzamos a subir un puerto de montaña bastante pronunciado. Mientras subíamos por él, todo el paisaje era tan espectacular que no sabías muy bien hacia donde mirar. No querías perderte nada de ese espectáculo. De repente llegamos a un mirador donde todo el mundo paraba para disfrutar del lugar, así que paramos y por enésima vez volvíamos a hacer miles de fotos.



Tras las fotos de rigor, nos pusimos en marcha de nuevo hacia nuestro destino, Yamdrok Lake. Su nombre significa "El lago de cisne" en lengua tibetana, y se encuentra a 4.441 metros de altitud. Es uno de los tres mayores lagos sagrados de Tíbet, y se considera sagrado porque según la mitología tibetana, es la transformación de una diosa. Además se cree que es un lago con poderes predecibles que pueden ayudar a la gente tibetana a buscar al sucesor del Dalai Lama. Es por eso que desde el propio Dalai Lama hasta los habitantes de todo el país hacen peregrinaciones hasta su orilla. Yamdrok lake es venerado como un talismán y se dice de él que es parte del espíritu vital del país. Según la leyenda, si sus aguas se secasen, Tíbet dejaría de ser habitable.
Continuamos subiendo por el puerto de montaña hasta llegar a su cima, y de repente, sin previo aviso, justo delante nuestro aparecía Yamdrok Lake con su azul turquesa en todo su esplendor. 


Fue imposible contener el grito de sorpresa y alegría al ver aquel lugar. Nos fuimos paseando por los alrededores del aparcamiento, sin poder dejar de mirar hipnotizados el lago. 



Las nubes que inundaban el lugar dibujaban bonitas formas en las aguas del lago, mientras la tonalidad de este cambiaba según aparecía y se marchaba el sol. De nuevo la misma sensación invadía mi cabeza, aquello no podía ser real. Era imposible que un lugar así pudiese existir.


Tras hacer cientos de fotos otra vez (lo habitual en cada parada que hacíamos), nos pusimos en marcha hacia la parte baja del río y su orilla, desde donde también se obtienen unas bonitas vistas, aunque en mi opinión las vistas desde la parte de arriba del lago son insuperables. 


Disfrutamos como niños todo el tiempo que estuvimos allí, pero lamentablemente debíamos seguir nuestra ruta, así que nos pusimos en marcha bordeando el lago por su preciosa carretera. Era imposible dejar de mirar hacia él.


Tras parar para comer algo, nos pusimos rumbo hacia nuestro siguiente destino, el glaciar Karola.
Se trata de un glaciar que se encuentra a unas dos horas de Yamdrok Lake, y está situado a 5.550 metros de altitud. De nuevo volvíamos a disfrutar de un nuevo espectáculo en forma de carretera rodeada de enormes montañas con picos nevados. 


Esta vez la carretera parecía meterse por el mismo corazón de las montañas que la rodeaban hasta que sin darnos cuenta apareció de la nada y enfrente nuestro el glaciar Karola, otro regalo para nuestra vista. 


De nuevo volvía a sorprenderme el hecho de encontrar un glaciar como este a pie de carretera, pero a estas alturas quedaba claro que este país es diferente a todo lo que había visto hasta ahora.


Visitamos el glaciar recorriendo su pasarela de madera, disfrutando de la tranquilidad del lugar, de su belleza, de su luz, de un grupo de niños que jugaban a los pies del glaciar... hasta que decidimos seguir con nuestra ruta.


Nos quedaba llegar hasta el que sería nuestro último destino del día, Gyantse, donde pasaríamos noche. Antes de llegar a nuestro destino, el lugar nos tenía reservada una última sorpresa, y es que el día de hoy nos había dejado abrumados de tantos lugares imposibles de olvidar. Paramos en una central hidroeléctrica donde de nuevo, las aguas turquesas y las miles de banderas de oración que habían en sus alrededores nos dejaban sin palabras. 


Estábamos de nuevo en un lugar de cuento, con la cámara de fotos echando humo, pero creo que lugares como los que habíamos visto hoy son imposibles de retratar en una fotografía.


Tras un rato corto de viaje llegábamos a nuestro destino y nos dirigíamos directamente hacia nuestro hostel, el Yeti hostel, un bonito alojamiento en la entrada a la parte vieja de la ciudad. Dejamos nuestras mochilas y nos fuimos a recorrer un poco esta parte vieja de la ciudad.


Gyantse es una ciudad anclada en el pasado. A principios del siglo XV se comenzó a construir una gran fortaleza, Dzong, un magnífico monasterio y un impresionante Kumbum. La ciudad está formada por cientos de casas, muchas de ellas vacías, que están comunicadas entre si por estrechas callejuelas adoquinadas. En su monasterio llegaron a vivir más de 1.000 lamas, hasta que la revolución cultural china acabó con toda esta armonía. Hoy en día viven unos 70 monjes.


Fuimos paseando por sus calles sin rumbo, perdiéndonos entre sus laberínticas calles, disfrutando de sus rincones y sus gentes. Calles sin asfaltar, animales pastando en ellas, casas humildes pero bien conservadas, sin duda el tiempo se había detenido en este lugar mucho tiempo atrás.


Tras un agradable paseo nos fuimos camino de nuestro hotel para cenar, saboreando todo lo que habíamos vivido desde que habíamos salido de Lhasa. 


Llevábamos ya varios días usando una frase que repetíamos noche tras noche, "esto es imposible de superar", pero al parecer Tíbet seguía empeñado en demostrarnos lo equivocados que estábamos. Aunque nosotros estábamos encantados de seguir usando la misma frase día tras día.

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