sábado, 11 de agosto de 2012

Día 12 – Dehang

Nos levantamos temprano, ya que nuestro tren hacia Jishou salía a las 08:15 h. Tomamos de nuevo un taxi para llegar hasta la estación de tren (10¥), y a las 07:15 h estábamos desayunando en la estación mientras esperábamos el tren hacia nuestro siguiente destino, la aldea de Dehang.


Para llegar hasta ella, debíamos ir primero hasta la ciudad de Jishou, ya que desde allí salían los buses que llegaban hasta Dehang. Nada más subir al tren, buscamos los asientos que teníamos asignados, y justo al llegar a ellos, compruebo que están ocupados. Un viajero chino que viajaba en unos asientos más atrás se acerca enseguida hacia nosotros y me pide los billetes, y tras comprobar estos, se dirige hacia la gente que estaba sentada en ellos, y tras una buena bronca, les hace levantarse y marcharse. Teníamos asientos separados, pero tras un par de movimientos, nuestro acomodador particular lo organiza todo en un momento y consigue sentarnos juntos. Viajábamos en asiento duro, y la verdad es que el viaje se hace largo, ya que los asientos son bastante incómodos (no me quiero imaginar un trayecto largo). Después de tres horas y media de viaje bastante pesado, llegamos a Jishou, donde nada más salir, nos encontramos en la estación de buses. La noche anterior había pedido a la gente del hostel de Zhangjiajie que nos escribieran en caracteres chinos, “necesitamos ir a Dehang”, así que libreta en mano, fui preguntando a varios conductores de bus, y en un momento encontramos nuestro bus hacia Dehang. Nada más subir al bus, un grupo de tres chicas jovencitas comienzan a reírse tímidamente y a cuchichear entre ellas, y es que nada más llegar a Jishou, nos dimos cuenta que el turismo occidental por esta parte del país era bastante escaso. No tardaron ni dos minutos en pedirnos hacerse unas fotos con nosotros mientras sacaban sus cámaras de fotos y teléfonos móviles, a lo que accedimos muy gustosamente. Nada más acabar la sesión fotográfica, bajaron del bus a comprar fruta fresca que vendían muchos de los campesinos que habían por la ciudad, y nada más subir al bus, no ofrecieron unas mandarinas y unas granadas, que entre risa y risa, fuimos comiendo mientras marchábamos dirección Dehang. El bus (7¥) tarda poco más de una hora en llegar a Dehang. Antes de llegar a la aldea, se para en unas taquillas donde hay que comprar un ticket que da derecho a entrar al valle (60¥). Dehang es una aldea de apenas 30 casas, donde la etnia Miao vive rodeada de campos de arroz, casas de madera y piedra, cascadas naturales y un paisaje de ensueño.



Cuando llegas a Dehang, compruebas como el reloj del tiempo se detuvo hace mucho y nadie tiene prisa por ponerlo en marcha, como la gente sigue trabajando la tierra con sus manos, como sus habitantes ataviados en sus ropas de colores azules y blancas y sus sombreros de paja con forma de cono, conviven con la naturaleza en un entorno idílico.


Compruebas como en este lugar, la gente todavía baja al río a lavar la ropa, o a preparar las verduras y la carne para la comida, o las encuentras tejiendo a mano sus ropas mientras recorres sus estrechas calles de piedra y madera, sin duda una auténtica joya perdida en las montañas. 


Nada más bajar del bus, un hombre se acerca a nosotros para ofrecernos alojamiento, así que le decimos que nos lleve a ver que tal está, ya que no tenemos alojamiento reservado y queremos pasar una noche aquí. El hombre nos lleva a un hotel muy cerca de la entrada principal de la aldea, y nada más llegar, vemos que el hotel tiene muy buena pinta ya que es totalmente nuevo, de hecho ni siquiera está terminado, así que nada más enseñarnos la habitación, le decimos que sí, ya que la habitación está impecable. Preguntamos precio, y su mujer (una delicia de señora) nos dice que 80¥. Le preguntamos que si nos puede preparar algo para cenar y nos da a elegir entre noodles y arroz, así que elegimos arroz, algo que lo que luego nos arrepentiríamos.


El día estaba muy tapado por la niebla y comenzaba a llover de forma débil, así que una vez dejamos las mochilas, nos fuimos a recorrer el pueblo, aunque nada más llegar a la plaza principal, la lluvia comenzó a apretar bastante, así que decidimos resguardarnos bajo el porche principal de esta mientras comíamos unos bocatas.


Mientras comíamos tranquilamente, observábamos como nuestras tres amigas del bus se hacían una sesión fotográfica vestidas con trajes tradicionales chinos alquilados, algo que a estas alturas de viaje habíamos comprobado que es bastante popular entre las mujeres chinas, y que al darse cuenta de nuestra presencia, no dudaron ni un instante en volverse a hacer otra sesión de fotos con nosotros, esta vez vestidas con sus coloridos trajes. Una vez acabada la sesión fotográfica, la lluvia paró por un momento, así que decidimos ir a visitar una cascada que se encuentra a las afueras del pueblo, pero nada más ponernos a andar, la lluvia volvió a aparecer, así que decidimos irnos hacia el hotel. Estuvimos un rato en el porche del hotel, disfrutando de la lluvia y aquellas vistas increíbles del valle, y una vez paró de llover, volvimos a salir en busca de la cascada. No nos dio tiempo de salir del pueblo cuando el diluvio universal nos hizo volver corriendo al hotel otra vez, esta vez ya para quedarnos allí toda la tarde, ya que estuvo diluviando literalmente toda la tarde. Aprovechamos el mal tiempo para relajarnos un poco, ya que los días de viaje que llevábamos en las piernas comenzaban a pesar, así que un poco de descanso no nos venía nada mal. Una vez llegó la hora de la cena, la dueña del hotel, siempre con una sonrisa en su cara, nos avisó para que saliéramos al porche a cenar. Nos había preparado una ternera con rábano y tofu que no había manera de comerla de lo que llegaba a picar.


Una vez terminamos de cenar, nos quedamos un buen rato en el porche sentados y hablando con la anfitriona, una mujer encantadora. La mujer no hablaba nada de inglés, pero todo su afán era que recomendásemos su hotel a nuestros amigos, algo que hago sin duda alguna. Nos trajo una libreta donde tenía comentarios de gente que se había hospedado en su hotel, la cual trataba como su tesoro más preciado, y donde nos invitó a escribir lo que quisiésemos, lo cual accedimos muy gustosamente. La mujer, que obviamente no entendía nada de lo que ponía en la libreta, nos explicaba que luego su hija, que sí estudiaba inglés, le traducía lo que la gente iba escribiendo. Era tal el cariño que sentía la mujer hacia su libreta, que transmitía una ternura sobrecogedora. Sin duda, las más de dos horas que estuvimos sentados con ella en el porche riéndonos y charlando, hicieron de la noche, una velada especial. Imposible olvidarse de una mujer tan encantadora. 

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