martes, 21 de agosto de 2012

Día 2 – Beijing

Como nos temíamos, toda la noche estuvo lloviendo con fuerza, y la lluvia continuaba cayendo abundantemente cuando salimos del hostel dirección a nuestra primera visita del día, El Templo de los Lamas o Templo Yonghe (entrada 25 ¥). Para llegar a él no tiene pérdida, ya que tiene su propia estación de metro Yonghegong (Lama Temple) líneas 5 y 2.



El templo de Yonghe (palacio de la paz y la armonía) es uno de los monumentos budistas más importantes de Pekín, y fue establecido bajo la dinastía Qing.
En realidad es un complejo de varios edificios levantados en 1649 por Kangxi para su hijo Yongzhen, que destinó la mitad del recinto a templo y la otra mitad a su residencia. Esta última parte se quemó, pero la primera, la parte dedicada al culto, es lo que hoy conocemos como Templo de los Lamas. No fue declarado Monumento Nacional hasta 1949 y fue restaurado en 1979. Hoy en día está ocupado por un grupo de monjes mongoles seguidores de la escuela de los Secretos o Mizong, culto surgido en el siglo VIII, también dedicado a la astronomía y la medicina.


A mí me gustó mucho su visita, ya que se agradece encontrar un lugar en Pekín donde estar un rato tranquilo sin el agobio de tanta gente a tu alrededor, aunque he de decir que nosotros fuimos a primera hora, cuando no había casi nadie en el templo y se podía recorrer sus pabellones tranquilamente.


Al acabar la visita de Yonghe Temple, nos fuimos a visitar el Templo de Confucio (entrada 30 ¥), ya que se encuentran justo en frente uno del otro.
El Templo de Confucio se fundó inicialmente en la época de Yuan (1302) y posteriormente fue agrandado durante las dinastías Ming y Qing. El templo durante siglos fue la escuela imperial, donde estudiaban y rendían exámenes los confucianos.


Otro de esos pequeños rincones de Pekín que para mí merece mucho la pena visitar por la paz que transmite el lugar y la tranquilidad que se respira al pasear tranquilamente por sus jardines sin nadie alrededor.


Una vez disfrutamos de la visita al templo, nos fuimos andando dirección a la Torre de la Campana y del Tambor, aprovechando para pasear por uno de los hutongs más grandes de Pekín con el que te encuentras una vez sales del Templo de Confucio y sigues su misma calle dirección a la Torre de la Campana y del Tambor. Para mí, uno de los paseos que mejor recuerdo me dejó en Pekín. Es un auténtico laberinto de calles con patios interiores donde nos metíamos atraídos por esa extraña belleza que tienen estos barrios tan antiguos como la propia China.




Al principio nos daba un poco de respeto entrar en los patios interiores de las casas, pero enseguida encuentras a gente que te invita a pasar o te saludan con su “hallo” y una sonrisa en su cara que hacen que te sientas acogido como uno más de ellos. Las condiciones de vida en estos barrios son durísimas, con habitaciones minúsculas donde la higiene es más que limitada por decirlo de alguna manera, con patios exteriores donde hay más trastos de los que caben, donde las casas no disponen de lavabos y estos se encuentran en pequeños recintos públicos donde muchos de ellos tienen señales de obligación de entrar con mascarillas por el olor nauseabundo que se respira en ellos, pero que sin duda tienen ese magnetismo que te atrae, que te hace perder la noción del tiempo cuando estás perdido en uno de ellos.


















                                                          
Después de perdernos por sus calles y recorrerlo de arriba abajo, aprovechamos para comer por la zona de las Torres. Nos fuimos a comer a un restaurante que vimos que tenía buena pinta y nos pedimos un Yakishoba que nos encantó.
Después de comer nos fuimos a visitar la Torre del Tambor y la Campana.


La campana y el tambor fueron utilizados originalmente como instrumentos musicales en China. Más tarde, sin embargo, empezaron a utilizarse para marcar las horas. En una época tan temprana como la dinastía Han (206 a.c.-220) ya se utilizaba una campana para marcar la hora al amanecer, mientras que un tambor lo hacía a la puesta de sol. Las campanas y tambores jugaron por lo tanto un rol esencial en la organización de la vida y el trabajo de la gente de la antigüedad, ya que no había ninguna otra forma de medir el tiempo. Como consecuencia, tambores y campanas se convirtieron en edificios públicos principales en las ciudades chinas, y pueden encontrarse en prácticamente todas ellas a lo largo del país a partir de la dinastía Han. Entre ellas, las de Beijing fueron las más grandes y altas, y tienen una disposición única, ya que fueron colocadas no horizontalmente, una a la derecha y la otra a la izquierda, como se hacía tradicionalmente, sino una detrás de la otra.
Nosotros decidimos subir a la Torre de la Campana (entrada 15 ¥). La verdad que para mí fue una visita bastante prescindible, ya que las vistas desde arriba tampoco son muy buenas.


Después de la visita, nos fuimos paseando hasta Xidan Beidaije, una zona comercial al estilo China, es decir, gigantesca. Una zona comercial con montones de centros comerciales estilo El Corte Inglés, donde se pueden encontrar tiendas de primeras marcas. Es increíble como puede cambiar tanto una ciudad en apenas 4 calles. Para llegar a esta zona de la ciudad también se puede llegar en metro, parada Xidan de la línea 1 y 4.


Después de visitar la zona nos fuimos a visitar una de las calles más visitadas por los turistas en Pekín, la calle Wangfujing y su mercado nocturno de comida. La zona es una calle comercial peatonal gigantesca, con grandes almacenes enormes con las tiendas más exclusivas como Hermés, Rolex, y montones de primeras marcas como Niké, Zara, etc……


Lo que nos llevó a visitar la zona es su famoso mercado de comida, que es conocido por vender insectos servidos como pinchos. Podemos encontrar desde escorpiones vivos y muertos, gusanos, serpientes y un sin fin de asquerosidades. El mercado en sí es pequeño, y está enfocado más al turismo que otra cosa, ya que no se suele ver a gente de allí comiendo ese tipo de comida.
























El mercado no sólo vende insectos extraños, ya que se puede encontrar montones de puestos de frutas, de carne, de pescado, casi todo en formato pinchito, y además de comida, también hay varios puestos de souvenirs en las calles que salen del propio mercado. Al ser tan pequeño (una calle con un par de bocacalles) y haber tanta cantidad de gente se hace bastante agobiante, aunque merece la pena darse una vuelta por allí.


Justo al salir por la famosa calle, nos encontramos con otros puestos de comida donde se puede encontrar incluso mucha más variedad de comida, y donde se puede andar mucho más tranquilo y sin tanto agobio.


Para llegar a la zona de Wangfujing no hay pérdida, ya que dispone de estación de metro propia, Wangfujing, línea 1.
Como anécdota, justo al bajar del metro de Wangfujing, nos vino un hombre de mediana edad junto con una chica joven y muy amablemente nos empezó a preguntar que de dónde éramos y cuanto tiempo llevábamos en Pekín. Después de un rato hablando nos dijo que era un famoso pintor que tenía una galería de arte que quería que visitásemos. Como ya sabíamos de qué iba el timo, le dijimos amablemente y siempre con una sonrisa que siguiera pintando todo lo que quisiera, y no insistió mucho más. Cuando ya marchábamos de la zona dirección al hostel, nos volvió a parar otro chino con la misma película, así que volvimos a comentarle que siguiera pintando todo lo que quisiese, siempre eso sí, con una sonrisa. Así que al parecer es una zona habitual para este tipo de timos.
Después de visitar la zona, nos fuimos dirección al hostel dando un paseo y una vez llegamos a La Ciudad Prohibida, estuvimos parados un rato en su puerta tomando algunas fotos, ya que estaban poniendo un andamio que mucho nos temíamos que el día siguiente no nos dejaría verla en todo su esplendor.


Una vez llegados a la zona del hostel nos fuimos a comprar víveres para el día siguiente, ya que teníamos uno de los platos fuertes del viaje, el trekking a la gran muralla.

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