miércoles, 11 de septiembre de 2013

Día 1 – Johannesburgo



Nueve años me ha costado decidirme volver a África. Ya queda lejos aquel primer viaje a Tanzania de 2004, mi primer y único viaje organizado, y que me sirvió entre otras cosas, para entender que las agencias de viaje y yo nunca seríamos buenos amigos.
Para mi posible regreso a África, siempre había tenido un país en mente por el encima del resto, Sudáfrica. Posiblemente el país menos africano de África (algo que uno percibe nada más poner los pies en él), pero un país que despertaba mi curiosidad. Siempre me he sentido atraído por la lucha de su gente contra esa abominable ley llamada Apartheid, y la figura de su ciudadano más ilustre,  Nelson Rolihlahla Mandela, posiblemente, uno de los políticos más respetados de la historia reciente.
No cabe duda que el país tiene muchos más atractivos y reclamos, así que era una combinación perfecta para conocer un poco más la historia de este país, y ya de paso disfrutar de todo lo que la nación del arco iris (como se la conoce popularmente) ofrece a sus visitantes.
Para entender un poco más la historia reciente de Sudáfrica, nada mejor que empezar por su capital, Johannesburgo, o como a sus habitantes les gusta llamarla, Joburg. Mucho había leído sobre la inseguridad en Johannesburgo, y es que de hecho, la ciudad está considerada como una de las ciudades más peligrosas del mundo.
Johannesburgo no es una ciudad bonita ni dispone de muchos lugares de interés para visitar, y el ambiente que uno se encuentra nada más salir del aeropuerto le hace recordar que no está en un sitio agradable para el turista. Pero lo que me atraía mucho de Johannesburgo es uno de sus townships, posiblemente el más famoso de todos los townships de Sudáfrica, Soweto. El símbolo de la lucha contra el apartheid, y el lugar desde donde se comenzó a fraguar la caída del régimen del apartheid.
Tras 18 horas de viaje, llegamos a Joburg cansados, pero con ganas de empezar nuestra aventura por tierras sudafricanas.
Para nuestros días en Joburg, habíamos decidido quedarnos en Lebo’s Soweto Backpackers (magnífico backpacker), un alojamiento situado en pleno Soweto, con el que me había puesto en contacto y les había pedido que nos vinieran a recoger al aeropuerto, ya que recomiendan no salir del aeropuerto por tu cuenta, así que nada más llegar, nuestro compi nos estaba esperando para llevarnos a nuestro destino.


Nada más salir del aeropuerto, empezamos a comprobar que todo lo que había leído sobre casas tapiadas con alambres, muros altos con alambradas y vigilancia, era una realidad, la cruda y dura realidad de Joburg, y tras meternos en un nudo de carreteras y autopistas, tras unos 45 minutos de viaje, llegamos a nuestro destino.
Una vez llegamos a nuestro destino, aprovechamos para comer algo, ya que nos habían dado ya casi las 14:00 h, y una vez listos, nos pusimos rumbo a nuestra visita del día, el museo del Apartheid.


Descartada la opción de movernos por nuestra cuenta durante los dos días que íbamos a pasar en Joburg, hablamos con la gente de Lebo’s para que nos llamaran a un taxi para llevarnos al museo y más tarde nos llevase de vuelta al backpacker.
Una vez llegamos al museo (65 Zar, moneda sudafricana), la crudeza del apartheid nos golpeó y nos hizo entender un poco mejor la historia reciente del país.
La palabra apartheid significa “separación” en lengua Afrikáans, la lengua que hablaban la gente blanca de Sudáfrica (derivada del holandés). Este término se usó para denominar al sistema que permitía separar las razas, y que establecía una jerarquía en la que la raza blanca dominaba al resto (asiáticos, coloured o mestizos y negros). Apareció oficialmente en 1944, y duró hasta 1991.
Esta misma ley, regulaba los lugares de asentamiento de cada grupo, los trabajos que podían realizar y el tipo de educación que podían recibir. También prohibía el contacto social entre las diferentes razas, prohibiendo los matrimonios entre distintas razas, separando el transporte, las zonas de recreo, playas, bancos, parques……La enseñanza en las escuelas era segregada también, recibiendo una educación mucho más inferior todas las personas que no fueran blancas.
Se llegó a crear un sistema de cartillas o pases de control que toda persona de color estaba obligada a llevar en todo momento, la cual asignaba a cada persona la zona en la cual debía residir (decidida por la gente blanca, por supuesto) y siempre alejada de las zonas para blancos. Todo esto, teniendo en cuenta que la raza blanca era una minoría, un 20%, mientras que la raza negra llegaba a un 70%, y un 10% los llamados coloureds. Todo esto y mucho más, se puede encontrar en modo de información en el museo del apartheid de Johannesburgo.
Nada más comprar las entradas, uno comienza a entender un poco más la sin razón de esta ley. Te entregan una entrada la cual indica por la puerta que debes entrar, “Whites” o “Non-whites”.



Una vez dentro, muchísima información reflejada en paneles, películas, pequeñas exposiciones (cuando lo visitamos nosotros coincidimos con una exposición sobre Nelson Mandela muy interesante) que hacen encogerte ante la brutalidad y la falta de humanidad del ser humano, pero que a la vez te hace sentir la fuerza de la reivindicación en forma de lucha de la gente de color para exigir algo tan sencillo como reconocer su condición de seres humanos, simplemente eso, seres humanos.


Uno de los muchos carteles que nos encontramos llamó mi atención, y me hizo entender rápidamente la crudeza de una ley despreciable.


Una historia de cómo alguien fue reinventado como “nativo”:

Willie Vickerman creció “coloured (mestizo)”; el hijo de un padre blanco y una madre Africana. El trabajó en la compañía ferroviaria en un trabajo dado solo a “coloureds” y ganaba un salario “coloured”. Sus cinco hijos estaban catalogados como “coloureds”. El poseía tierras en un área “coloured”, y pagaba impuestos “coloured”. Entonces en la mañana del 4 de agosto de 1955 todo cambió. Un equipo de clasificadores raciales visitó la lavandería donde Willie trabajaba: “cuando entré en la oficina, un hombre europeo, de pie con dos policías africanos, preguntó mi nombre. Se lo dije. La conversación fue solo en Afrikáans….El otro hombre europeo me preguntó las siguientes preguntas: mi nombre, que raza era (yo le dije “kleurling”), donde nací, con quien estaba casado, el nombre de soltera de mi mujer, la raza de mi padre, y de que raza era mi madre, ellos preguntaron la raza de mi mujer, donde vivía yo, cual era mi lengua materna (yo le dije inglés y Afrikáans). El preguntó si yo podía hablar Sechuana y yo le dije que sí; entonces me examinó mirándome y tomó notas. Entonces el documento fue pasado al Sr. Morgan y el me dijo:”tu naciste en Bechuanaland?” y yo dije sí. El dijo:”pero en Bechuanaland no hay “coloureds”. El dijo:”si tu pones leche en el café, como se ve?” Yo dije: “sigue siendo café, pero cambia de color”. El dijo entonces, “tu eres igual que ese tío. Ves a ese lado” y el me dio un impreso B.V.R.30. El no dijo nada más. Fue solo cuando leí el papel fuera que vi que había sido rechazado como Coloured.


La visita nos llevó unas dos horas, un tiempo que pasó sin darme cuenta. El museo del Apartheid es sin duda uno de esos lugares que uno debe visitar, una visita imprescindible si se tiene oportunidad, y que no dejará indiferente a nadie que lo visite.


Después de la visita, salimos del museo y nos estaba esperando nuestro taxi, que nos llevó directamente a nuestro backpacker. Para nuestra primera noche en Sudáfrica, nos esperaba una de sus costumbres más arraigadas, podríamos decir que se trata prácticamente de una religión, no es otra cosa que sus famosas barbacoas, o como ellos las llaman, Braai. Son tan famosas, que se puede encontrar carbón para ellas prácticamente en cualquier establecimiento que uno entre, y todas las casas disponen de una.


Tras una cena riquísima, terminamos el día al calor de una hoguera escuchando música reggae, ya que las noches en esta época del año son bastante frías, y esperando con muchas ganas la visita del día siguiente, el mítico Soweto.







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