domingo, 15 de septiembre de 2013

Día 2 – Soweto

Después de un merecido descanso, nos despertamos con ganas de visitar lo que realmente me atraía de Johannesburgo, su township más famoso, Soweto.
Soweto es una contracción del inglés “South Western Township”, y es conocido por ser el símbolo de la resistencia contra el apartheid. Su población está estimada en 3.5 millones de personas, y se estima que el 65% de la población de Johannesburgo reside en él.
Los townships, entre ellos Soweto, fueron construidos en la época del apartheid para alojar a los no-blancos que hasta entonces vivían en áreas designadas por el gobierno para los blancos. Eran desalojados de sus casas y reagrupados en estas zonas denominadas townships.
La fama de Soweto llegó a mediados de 1976, cuando una serie de manifestaciones por parte de jóvenes negros que protestaban en contra de la ley que obligaba a las escuelas de población negra a usar el Afrikáans como idioma obligatorio, además del Inglés, acabó con la vida de 566 niños a manos de las brutales cargas policiales, (aunque el balance oficial fue de 23 escolares muertos). Una de las imágenes más famosas de esos disturbios fue la imagen de Hector Pieterson en brazos de un compañero, agonizando tras recibir un disparo, mientras su hermana gritaba a su lado. La foto dio la vuelta al mundo, y fue una de las pocas imágenes que se pudieron obtener de los disturbios, dejando a Hector Pieterson como icono de los disturbios de Soweto de 1976. 


Hoy en día Soweto sigue siendo uno de los townships más famosos y grandes de Sudáfrica, y su visita se ha convertido en una atracción turística más. Por suerte, las mejoras en él se han visto reflejadas por medio de zonas digamos residenciales dentro del township, aunque todavía queda mucho trabajo por hacer, ya que a día de hoy, muchos de sus habitantes siguen viviendo en condiciones lamentables.
Para su visita, habíamos hablado con Lebo’s Backpackers, ya que ellos realizan un tour en bici por todo Soweto, y siguiendo consejos de otros viajeros que había leído en foros, decidimos hacerlo de esta manera, y la verdad es que sólo puedo hablar cosas positivas de la experiencia. Disponen de varios tours, en bici, en tuk tuk (motocarro) y andando, y de diferentes horas de duración, pero nosotros habíamos decidido pasar todo el día, así que cogimos el tour en bici de 10-17 h.



Puntuales, salimos desde la puerta de Lebo´s a conocer un poco mejor la historia de este lugar. El tour comienza con una visita de Orlando West, donde tras una primera parada, nuestro guía, un chico nacido en el barrio y orgulloso de enseñar un trocito de su historia, nos dio una introducción sobre los principios de Soweto, su función, su gente, su vecinos más ilustres (entre ellos Nelson Mandela)…..
Hoy en día, los contrastes en Soweto son continuos, y podemos pasar de la chabola más ruinosa al chalet más lujoso en cuestión de 50 metros.


Nuestro guía nos comentó que la ciudad se puede dividir en tres sectores, la zona pobre, la zona de clase media, y la zona alta (o como a él le gustaba llamarla, Beverly hills).
Comenzamos con la zona del sector más pobre, donde las calles sin asfaltar, las pilas de basura y las chabolas de uralita eran el denominador común.






Fue aquí  donde empecé a poner en cuestión todos los prejuicios que llevaba antes de mi viaje a Sudáfrica, ya que esperaba un recibimiento más bien hostil. Tenía mucha incertidumbre a la hora de visitar según que zonas, ya que todo lo que había leído me hacía cuanto menos estar más que en alerta, y sin embargo, me encontré con una gente encantadora, deseosa de pararse a hablar contigo, saludándote desde la distancia, donde los críos corrían eufóricos solo para saludarte, y marchaban locos de alegría cuando les chocabas las manos.


Enseguida me encontré muy a gusto recorriendo todas las calles de Soweto. Estuvimos probando cerveza artesana que hacen a partir de maiz, comiendo platos típicos a base de cordero, charlando con la policía, todo en un ambiente muy acogedor.


Nos adentramos en una zona algo más conflictiva, y enseguida volvían a saludarte y a darte la bienvenida a Soweto. Te pedían que les hicieras fotos para luego enseñárselas en la pantalla de la cámara (les encantaba!!!).


Después de visitar esta zona, nos fuimos hacia la zona de la clase media, donde las chabolas de uralita dejaban de existir y nos encontramos con casas más que decentes. Esta zona ya era muy distinta a la zona que acabábamos de visitar.


Aquí ya costaba encontrar a tanta gente en la calle, no había tantos niños jugando y revoloteando por las calles, pero aún así, se seguía respirando un aire de bienvenida muy agradable. Mientras visitábamos la zona, fuimos a parar al Museo de Hector Pietersen, como he comentado antes, Hector Pietersen fue uno de los niños asesinados en las revueltas de Junio de 1976, y uno de los héroes de Soweto.
El museo es pequeño y se visita rápido, y en él podemos encontrar paneles informativos y varias películas que hablan sobre los disturbios de 1976. Una visita interesante.


Tras su visita, nos fuimos a la zona alta (Beverly Hills), donde el ambiente que nos habíamos encontrado hasta ahora, dejaba paso a un ambiente de fiesta, lujo y diversión.
Parecía imposible que aquel lugar perteneciese al mismo sitio donde hacía tan solo cinco o seis calles más atrás, quemaban la basura en la calle porque no tenían contenedores para tirarla. Nos encontrábamos en Vilazaki Street, tal y como nos contó nuestro guía lleno de orgullo, la única calle en el mundo donde han residido dos premios Nobel de la paz, el reverendo Desmond Tutu y Nelson Mandela.
Visitamos la casa de Nelson Mandela, aunque solo por fuera, y no se si sería porque al ser domingo coincidimos con muchas fiestas que se estaban celebrando en los bares de la zona (nos encontramos con una fiesta Martini al más puro estilo Ibiza), o por la cantidad de gente que había en la zona, o por el contraste tan grande que habíamos encontrado con lo que habíamos visto hasta ahora, que la zona fue con diferencia lo que menos me gustó de toda nuestra visita a Soweto.


Tras hacer un descanso para comer, nos dirigimos hacia uno de los iconos de Soweto, sus chimeneas. Se tratan de dos chimeneas de una antigua central hidroeléctrica que abastecía de electricidad a la capital, Johannesburgo, y que hoy en día está en desuso.


Estas chimeneas fueron pintadas por artistas de Soweto, y hoy en día son uno de los emblemas de la ciudad. La zona está habilitada para poder hacer puenting en una de sus chimeneas y otras actividades como paintball, y disponen de un bar donde poder celebrar fiestas de grupos. Nosotros coincidimos con una, y pasamos un buen rato bebiendo unas cervezas y disfrutando del ambiente.


Mientras volvíamos hacia nuestro backpacker, pasamos de nuevo por varias zonas que nada tenían que ver con el lujo de Vilazaki Street. De nuevo nos encontrábamos en una zona donde las chabolas de uralita te devolvían a la cruda realidad. De nuevo, nos encontrábamos a montones de niños y gente saludándonos y dándonos la bienvenida a Soweto, regalándonos sonrisas inolvidables.
Llegamos a nuestro backpacker casi a las 18:00h, con la sensación de haber visitado un lugar único, cargado de historia, con gente acogedora, y que me enseñó lo malo que son los prejuicios, y que por mucho que uno lea y le cuenten, nada es más importante que conocer un lugar por ti mismo. Con esto no quiero decir que Soweto sea un lugar turístico donde uno pueda ir y pasear como si estuviera en su casa, y está claro que el ir con una persona local condicionó mucho mi visión del lugar (aunque sigo pensando que es la mejor opción), pero me quedé con un mensaje grabado que uno de los habitantes de Soweto nos dijo antes de irnos. Nos dijo: “por favor, hablad de Soweto a vuestros amigos, y decirles que serán bienvenidos y estaremos encantados de recibirlos”, y eso fue lo que yo sentí en mi visita. Me encontré con una gente que me recibió con los brazos abiertos, orgullosa de su ciudad y de su pasado luchador, y con unas ganas enormes de enseñar su pasado a todos sus visitantes.
Con nuestra visita a Soweto, dábamos por terminada nuestra estancia en Johannesburgo. Esa noche la pasamos en nuestro backpacker, de nuevo al calor de la hoguera, hablando con la gente de la zona y otros viajeros, compartiendo risas y cerveza en una noche fría, con la sensación haber conocido un lugar que merece mucho la pena conocer.  





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