La noche en campo base había
pasado mejor de lo que esperaba. Las capas y capas de mantas encima del saco de
dormir en el que había dormido habían hecho que no pasara frío, aunque el
simple hecho de asomar ligeramente la cabeza fuera del saco era sinónimo de
congelación. Queríamos madrugar par ver salir el sol desde campo base, así que
a las 7:00 h hicimos el esfuerzo de salir de la montaña de mantas y salimos al
exterior de la tienda. El frío era aún mayor de lo que suponíamos, aunque las
ganas de ver amanecer desde un sitio como este podían con todo.
Ya había gente preparada con sus
enormes cámaras y trípodes cuando salimos al campamento, y aunque todavía era noche
cerrada, la silueta de Chomolungma se dejaba ver en el horizonte, arropada por
un manto de estrellas que hacían presagiar que veríamos un amanecer
inolvidable.
El rato que estuvimos esperando a
que la noche diera paso a los primeros rayos de luz se hizo interminable, ya
que hacía tanto frío que nos dolían todas las partes de nuestro cuerpo, pero
poco a poco la luz del día comenzaba a aparecer, hasta que por fin delante
nuestro la montaña se dejó ver en toda su magnitud. Teníamos por fin una
panorámica perfecta de ella, sin nubes, sin nada que nos impidiera ver sus
inmensas paredes de roca y hielo. Chomolungma nos daba los buenos días en todo
su esplendor.
Mientras veíamos hipnotizados
como amanecía lentamente, los primeros rayos de sol comenzaban a bañar
tímidamente la cima para deleite de los que allí nos encontrábamos. Sin duda
había visto pocos amaneceres tan increíbles como este, y yo me sentía un
privilegiado por estar aquí con el Everest en todo su esplendor cara a cara.
Nadie quería perderse algo así, y a estas horas del día todo el campamento
estaba reunido en las afueras de este, con cientos de cámaras inmortalizando el
momento.
Después de dos horas, dábamos por concluida nuestra visita a EBC y comenzábamos nuestro descenso y retorno a la civilización. Volvíamos a andar tras nuestros pasos y de nuevo nos encontrábamos cara a cara con la montaña Cho Oyu (8.201 mts.). Era imposible no volver a parar a dar un último vistazo. Ahora ya si que dábamos por concluida nuestra aventura en EBC y regresábamos de nuevo a la carretera de la amistad, la cual nos llevaría en esta última etapa hasta la frontera con Nepal.
Durante nuestro camino, una
montaña sagrada para los tibetanos, Tsang Lha nos amenizaba nuestro trayecto en
forma de bonito paisaje de carretera hasta que de nuevo volvíamos a subir otro
puerto de montaña.
Tras una breve subida, de repente apareció a nuestra derecha
nuestro tercer ocho mil en dos días, esta vez teníamos delante nuestro al
Shisha Pangma (8.013 mts.), majestuoso desde cualquier punto que lo vieras.
Nos
estuvo acompañando como telón de fondo en este tramo de recorrido pudiéndolo
contemplar desde diferentes pasos, hasta que por fin coronamos el Nyalam Thong
Lha Pass (5.126 mts.), el cual regala unas vistas sobre la montaña que de nuevo
te dejan sin palabras. Es imposible no sobrecogerse cuando estás cara a cara
con estos colosos de más de ocho mil metros. Nunca te cansas de mirarlos.
Tras una larga parada, comenzamos
a bajar el puerto rodeado de inmensas montañas, muchas de ellas de más de siete
mil metros, mientras la carretera serpenteaba entre ellas regalándonos de nuevo
un paisaje de ensueño. A estas alturas de viaje todas las horas que llevábamos
de coche se hacían duras y cansadas, pero recompensas como estas hacían olvidar
todo el cansancio.
Cuando ya dábamos por hecho que
nuestro viaje había terminado, Tíbet aún tenía guardado un último regalo, como
no en forma de paisaje. Todavía nos tenía reservada una última sorpresa, la
carretera que nos llevaría hasta Zhangmu, última ciudad china donde pasaríamos
noche justo antes de cruzar la frontera a Nepal.
El paisaje árido y desértico que
habíamos estado viendo los últimos días de ruta daban paso a un puerto de
montaña en el cual aparecía la primera vegetación que veíamos en días. De los
5.000 mts que habíamos estado estos últimos días bajábamos de golpe hasta los
2.300 mts de la frontera.
Una bonita carretera de montaña que se filtraba entre
la roca, pasando por cascadas y acantilados infinitos. Sin duda era la
despedida perfecta para este precioso país.
Llegamos a Zhangmu a primera hora
de la tarde, y enseguida comprobamos que nuestro viaje a Tíbet había llegado a
su fin. Nos encontramos con un ambiente que nada tenía que ver con lo visto los
últimos diez días. Tiendas, cientos de enormes camiones y restaurantes se
agolpaban zigzagueando en una empinada calle. Un pueblo feo y sucio que
simplemente sirve de paso para cruzar la frontera.
Nos encontrábamos a siete
kilómetros Nepal, así que se cerraba una parte del viaje, pero se abría otra
con un país totalmente diferente. Un país que sin duda no nos iba a dejar
indiferentes.
Durante diez días habíamos
recorrido una parte de Tíbet. Ya quedaban lejos aquellos primeros días en
Lhasa, unos días inolvidables. Habíamos visto muchos templos, ciudades,
pequeños pueblos, paisajes inolvidables, lagos, montañas sagradas, varios ocho
miles..... Pasado ya un tiempo y echando la vista atrás, puedo asegurar que
viajar a Tíbet fue una experiencia inolvidable.
Había leído mucho sobre el país
antes de viajar, pero una vez visto, mis expectativas fueron del todo superadas.
Nunca había visto un paisaje como el que tuve la suerte de ver en Tíbet.
Miraras donde miraras tenías algo que te dejaba sin palabras. La luz que tiene
el país es única. Quizás lo que menos me gustó fueron las excesivas horas de
coche que tuvimos que hacer una vez salimos de Lhasa. Los desplazamientos son
largos y cansados, pero siempre hay recompensa en todos ellos. Y no puedo dejar
de criticar una vez más los numerosos y pesados controles que hay en todo el
país y la vigilancia a la que el pueblo tibetano está sometida en su propio
país, pero esto es algo que uno ha de ser consciente antes de viajar.
Lhasa simplemente me enamoró. Me
pareció una ciudad única, imposible de imaginar. Solo por visitarla merece la
pena todo el esfuerzo que requiere viajar hasta allí. Namtso Lake me dejó sin
palabras, nunca había visto nada igual. Yamdrok Lake me pareció irreal. Era
imposible que un lugar así existiera. Gyantse me hizo viajar a una época pasada
y Shigatse me devolvió al presente. Chomolungma (Everest), Cho Oyo y Shisha
Pangma me demostraron que eran reales, me mostraron la belleza de la montaña en
su estado más salvaje. Pero además de todo esto, el país me enseñó muchísimas
cosas más. Un fervor religioso inigualable, una espiritualidad contagiosa, y
una amabilidad y simpatía inolvidables. Por fin había cumplido uno de mis
sueños viajeros, había visitado Tíbet. Ojalá algún día el pueblo tibetano pueda
vivir libre en su país.
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