La noche anterior nos íbamos a dormir
con el pronóstico de lluvia para todo el día de hoy y durante toda la noche
había estado lloviendo con fuerza. Nada más despertarme fui rápidamente a
comprobar que tiempo nos esperaba, y para mi sorpresa, un sol radiante aparecía
a primera hora de la mañana, ¡estábamos de suerte!
Con las pilas a tope después
de un desayuno con vistas impagables, nos despedíamos de Charles deseándole
suerte en su próximo viaje en moto por Europa y nos poníamos en marcha camino
de Robberg Nature Reserve, a poco más de diez minutos de nuestro backpacker. Me
sorprendió no encontrar ninguna señal que hiciese referencia a la reserva
natural, pero como el día anterior habíamos estado en ella, teníamos claro el
camino. El visitar Robberg Nature Reserve fue un poco por casualidad, ya que
mientras preparaba el viaje ni tan siquiera había leído nada sobre el lugar,
hasta que un día casi sin querer, recopilando información sobre la Garden Route leí un comentario
de una viajera que recomendaba mucho su visita. Me puse a investigar un poco
sobre el lugar, y aunque no encontré mucha información sobre gente que lo
hubiese visitado, tras ver unas cuantas fotos enseguida me di cuenta que podría
ser un sitio muy recomendable de visitar. Sin muchas referencias de la zona,
tan solo alguna página en inglés y poco más, decidí añadirlo a nuestra ruta, y
una vez visitado, solo puedo decir que se trata de uno de esos lugares que uno
considera imprescindible visitar, una de esas pequeñas joyas que se descubren
casi sin querer y que uno recuerda como un momento único.
La reserva consta de tres
trekkings, uno corto (The Gap), uno medio (Witsand) y uno largo (The Point) que
fue el que nosotros hicimos. Desde mi experiencia en la zona, y siempre que se
tenga ocasión, yo recomiendo hacer el trekking hasta The Point, ya que la zona
que más me gustó (de hecho puedo decir que me enamoré del lugar) fue la parte
final de la reserva, la que va desde Witsand hasta The Point y vuelta hasta The
Fountain, un paraíso natural.
Llegamos temprano a la entrada de
la reserva y tras previo pago de la entrada (40 Zar por persona), accedimos al
parking del recinto, en el cual comprobamos que éramos los primeros visitantes
del día. Cogimos nuestras mochilas y nos pusimos en marcha, y nada más empezar,
ya pudimos comprobar que la belleza del lugar no nos iba a dejar indiferentes.
El camino está en todo momento señalizado, siendo en su primera parte un camino
muy fácil de seguir. Tras un rato andando y disfrutando del paisaje llegamos al
punto 5 del mapa, cerca de Witsand, donde en teoría era un buen punto para ver
focas (se estima que habitan más de 8.000 focas en la reserva), pero de momento
no había ni rastro de ellas.
Continuamos nuestra marcha y tras un rato
caminando empezamos a escuchar el ruido inconfundible de estas. Una vez
llegamos a Witsand, el ruido era ya del todo claro y tras asomarnos por los
acantilados, aparecieron ante nosotros cientos de focas.
Estaban por todas
partes, tumbadas en las rocas, jugando en el agua, descansado a los pies de la
montaña…..Sin duda teníamos unas vistas privilegiadas de la zona. Tras
deleitarnos un buen rato en aquel inolvidable rincón, nos pusimos de nuevo en
marcha hacia nuestro siguiente destino, The Point. Tras un bonito paseo
llegábamos hasta la punta de la península, donde de nuevo las impresionantes
vistas me volvían a dejar sin palabras.
Volvíamos a sentarnos y a disfrutar del
lugar un buen rato, mientras veíamos jugar a varias focas saltando entre las
olas que rompían con fuerza contra las rocas, otro rincón inolvidable.
Tras
disfrutar del lugar, nos pusimos en marcha de nuevo, esta vez para encarar
quizás la parte más difícil del camino. Se trata de una zona de afiladas rocas
que hay que sortear, aunque con cuidado se puede hacer perfectamente. Basta con
seguir las indicaciones y no salirse del camino marcado.
Fue en este punto
cuando en una mirada de reojo hacia mi izquierda, pude ver como un chorro de
agua a presión salía del mar, síntoma inequívoco de que algo estaba moviéndose
por allí. Tras un rato vigilando, de repente el lomo de una ballena apareció
del agua. No podía creerlo, de nuevo estábamos viendo ballenas!!! Tras un rato
esperando a verla de nuevo, vimos que no tenía intención de volver a dejarse
ver, así que volvimos a retomar nuestro camino. Mientras caminábamos nos
encontramos de frente con un grupo de nutrias que vigilaban en todo momento
nuestros movimientos.
Decidimos no molestarlas y seguir nuestro camino hasta
que llegamos a Die Eiland, una enorme roca que se adentra en el mar, a la cual
se puede subir por un camino habilitado y que está precedida por una playa de
dunas que hacen del lugar un sitio precioso.
Tras pasear por su playa encaramos
la última subida que nos llevaba de nuevo al punto de partida de nuestro
trekking. Nuestra excursión duró cuatro horas, pero la belleza del lugar
invitaba a quedarse todo el tiempo del mundo en aquella pequeña reserva. Sin
duda una maravilla natural inolvidable.
Tras dar por concluida nuestra
visita a Robberg Nature Reserve, nos pusimos en marcha hacia nuestro siguiente
destino, el Cabo de Agulhas, el punto más al sur del continente africano.
Teníamos 450
kilómetros por delante, así que no sabíamos si nos daría
tiempo de llegar hasta allí o pasaríamos noche en alguna población cercana
(tenía Swellendam como referencia para poder pasar noche). Fuimos a buscar la N 2, y tras un rato por ella
llegamos a Wilderness, una zona que me hubiese gustado visitar, y a juzgar por
el paisaje que teníamos delante nuestro, estoy convencido que se trata de una
zona que merece mucho la pena dedicarle un día, aunque como siempre pasa, es
imposible verlo todo, así que decidimos continuar con nuestra marcha. Pasamos
por Mossel Bay, una de las poblaciones más famosas de la zona, aunque como
había leído bastantes comentarios de viajeros que no recomendaban perder el
tiempo en visitarla, seguimos hasta llegar a Swellendam. He de decir que el
tramo de la N 2
hasta Swellendam me encantó, ya que en todo momento transcurre con una cadena
montañosa a tu derecha con unos prados verdes que daban al conjunto una
apariencia de postal.
Una vez llegamos a Swellendam,
como íbamos bien de tiempo decidimos continuar hasta Agulhas, así que
continuamos por la N 2
hasta que encontramos la R 319
a mano izquierda, carretera que nos llevaría hasta nuestro destino. Si hasta
ahora habíamos disfrutado de un día radiante, a lo lejos divisábamos una
tormenta y un cielo totalmente amenazadores a los que nos dirigíamos de manera
inequívoca, así que tras unos noventa kilómetros llegábamos a nuestro destino,
Struisbaai, a siete kilómetros de Agulhas. Teníamos localizado un backpacker
(Agulhas Backpacker) y nos fuimos a buscarlo directamente. A estas alturas el
frío y la lluvia eran ya una realidad, y tras preguntar por alojamiento, nos
quedamos en el lugar. Estuvimos charlando con la dueña un rato, preguntando por
la previsión del tiempo para los próximos días y hablando sobre las visitas que
queríamos hacer en la zona. Para el día siguiente había previsión de lluvia y
mucho viento, cosa que dificultaría nuestra visita, así que necesitábamos de
nuevo un golpe de suerte como el que habíamos tenido en Plettenberg.
Preguntamos por la visita a la
cueva de Waenhuiskrans, en el pueblo vecino de Arniston. Se trata de una cueva
que se encuentra metida entre las rocas del mar y que solo puede ser visitada
con marea baja, pero no estábamos de suerte, ya que la marea subía a las 8:00 h
y no volvía a bajar hasta entrada la noche, así que su visita se hacía del todo
imposible. Pasamos la noche hablando con los únicos huéspedes que había en el backpacker,
una agradable pareja (ella sudafricana y él alemán) que luego nos volveríamos a
encontrar unos días después en Hermanus, en un entorno muy agradable, al calor
del fuego de la chimenea, bebiendo un rooibos bien caliente y con las ganas de
visitar una de esas zonas con un aura especial, el cabo de Agulhas.
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