Durante toda la noche la lluvia
había estado cayendo con fuerza, cosa que continuaba haciendo cuando llegó la
hora de levantarse. Para hoy teníamos prevista la visita del Cabo de Agulhas,
el punto más al sur del continente africano. Nos encontrábamos ante un
escenario poco halagüeño, ya que el viento, el frío y la lluvia hacían poco
apetecible el pisar la calle, pero aún así decidimos seguir con nuestro plan
del día.
El Cabo de Agulhas fue
descubierto por Bartolomé Díaz, y como ya he comentado se trata del punto más
al sur de África, muchas veces atribuido erróneamente al Cabo de Buena
Esperanza. Se le llamó así por la particularidad de la zona, ya que se comprobó
que en ese punto la declinación magnética era nula, por lo que las agujas de
las brújulas se volvían locas y apuntaban exactamente al norte geográfico.
En la zona ha habido numerosos
naufragios, como el del Meisho Maru 38 en 1997, barco del cual se pueden ver
los restos a pocos metros de la zona, y sobre todo el Arniston, barco que
naufragó en Waenhuiskrans el 3 de Mayo de 1815, perdiendo la vida 372 de sus
378 tripulantes, a poca distancia de Agulhas. Todo este tipo de circunstancias
sumadas al clima que suele haber en la zona, donde los fuertes vientos provocan
que el mar rompa de forma muy violenta contra las afiladas rocas en forma de
agujas que bañan la orilla, su paisaje agreste e inhóspito, no hicieron más que
alimentar la leyenda de la zona. El Cabo de Agulhas sirve también como punto de
unión de dos océanos, el Índico y el Atlántico.
Desde nuestro backpacker situado
en Struisbaii nos separaban unos siete kilómetros hasta el pueblo de Agulhas,
así que nos pusimos en marcha, divisando a lo lejos algún que otro claro en el
cielo que nos daban esperanzas de poder visitar la zona como se merece. Al
llegar al parking de la zona comprobamos que éramos los primeros en llegar y la
oficina de información aún estaba cerrada. Mientras nos preparábamos vimos
llegar a la encargada de la oficina, una mujer mayor muy agradable que dándonos
los buenos días, nos invitó a entrar y nos dio una charla sobre la historia del
faro, del lugar, de las flores de la zona, de su familia, de su suegro, del
cultivo de las flores autóctonas….nos puso al corriente de todo lo relacionado
con Agulhas y no se cuantas cosas más, pero la mujer era tan agradable que
sabía mal no dejarla acabar, así que aguantamos pacientemente toda la charla.
Tras un buen rato de conversación (más bien monólogo) nos pusimos en marcha
hacia la piedra que simboliza la unión de los dos océanos, el Índico y el
Atlántico.
El camino desde el faro hasta la piedra que simboliza el lugar tiene
una distancia de un kilómetro y transcurre por una pasarela de madera que lleva
directamente hasta él. También se puede acceder hasta él en coche, pero merece
mucho la pena llegar hasta allí andando, comprobando la fuerza del viento y el
océano en primera persona.
El tiempo nos había dado una pequeña tregua, ya que
la lluvia había dejado de caer por un momento, así que nos pusimos en marcha y
casi sin darnos cuenta llegamos a la famosa roca.
El viento que soplaba era tan
fuerte que costaba mantener el equilibrio, a lo que había que sumar el frío que
hacía, lo cual hacía poco agradable estar paseando por la zona, pero el lugar
merecía mucho la pena, estábamos en el punto más al sur de África. Entre
nosotros y la Antártida
tan solo nos separaban unos seis mil kilómetros de frías y enfurecidas aguas,
sin duda estábamos en un lugar especial.
Tras las fotos de rigor, nos
fuimos paseando (podríamos decir que empujados debido al fuerte viento) hacia
los restos del Meisho Maru 38. El barco naufragado se encuentra a un kilómetro
más o menos de la roca del Cabo de Agulhas.
Una vez llegamos a él, tan solo
podía disfrutar de la zona atraído no sé muy bien de que, quizás de su
magnetismo, tal vez de sus fantasmas, de su atmósfera inhóspita, de su soledad,
de algo invisible que hacía de su conjunto un lugar enigmático e irresistible,
un rincón especial, un sitio que no me dejó indiferente.
Tras un buen rato disfrutando de
aquel enigmático paisaje, nos fuimos a investigar sobre un trekking que salía
de allí mismo. Se trataba de un recorrido circular de 5’5 kilómetros y de 2’5 h
de duración según marcaba el panel. Trascurría por el interior de un pequeño bosque
que se adentraba en la parte derecha de la playa y que terminaba recorriendo
parte de la playa donde estábamos situados. Mientras decidíamos si hacerlo o
no, de repente el lugar cambió radicalmente. De un cielo azul que teníamos
hasta ese preciso instante, pasamos en cuestión de segundos a un cielo
totalmente oscuro y tenebroso. La lluvia comenzó a caer de forma violenta
golpeando con fuerza sobre nosotros, clavando sus gotas de agua con la ayuda
del fuerte viento como si de finas agujas se trataran en cualquier parte de
nuestro cuerpo que no estuviera bien resguardada. El viento a su vez, hacía del
todo imposible caminar en línea recta, dándonos a entender la dureza del clima
en este lugar. La imagen era dantesca. Por un momento me sentí como uno de aquellos
marineros que luchan contra la tormenta. La sensación fue indescriptible,
regalándome una imagen del lugar imborrable. Completamente empapados, volvimos
sobre nuestros pasos disfrutando de aquella experiencia, y lo extraño fue que en
menos de diez minutos volvíamos a tener un sol radiante con un cielo totalmente
despejado, demostrándonos lo rápido que puede cambiar el tiempo en este lugar.
Una vez cambiados de ropa nos
dirigimos hacia el puerto de Struisbaii donde nos comentaron que era común ver rayas
gigantes y nadar entre ellas, aunque nosotros no tuvimos mucha suerte, ya que
no pudimos ver ninguna. Lo que si nos encontramos al llegar fue un bonito
paisaje de aguas turquesas y barcos de pescadores que daban al lugar un aspecto
de postal.
Casi sin querer nos encontramos
justo delante de The Pelican, un restaurante del cual había leído varias
recomendaciones de viajeros mientras preparaba el viaje, así que decidimos
parar a comer. La verdad que el sitio me encantó, comida deliciosa a un precio
muy razonable (si se está por la zona es del todo recomendable y la ensalada
The Pelican obligatoria).
Después de tomar café en Suidpunt Potpourri, un
bonito café justo antes de llegar al faro de Agulhas, dábamos por concluida
nuestra visita al Cabo de Agulhas, un lugar inolvidable.
Mi primera intención una vez
visitada la zona era la de irnos hacia Arniston, a cuarenta y tres kilómetros
de Agulhas para ir a visitar su famosa cueva, Waenhuiskrans. El pueblo debe su
nombre al naufragio del Arniston en su costa el 3 de Mayo de 1815, que como ya
he comentado anteriormente dejó la triste cifra de 372 muertos (solo
supervivieron seis de sus tripulantes). Se trata de un bonito pueblo de
pescadores en el cual se encuentra una cueva que solo puede ser visitada
durante la marea baja, y desde su interior se obtienen unas bonitas vistas del
océano. La noche anterior nos habían comentado en Struisbaii que la marea baja
era a las 7:00 h y a las 20:00 h, lo cual nos hacía del todo imposible su
visita, quedando totalmente descartada, pero mientras íbamos por la carretera
apareció el desvío hacia Arniston y no pude resistir la tentación de ir a
visitar la zona, así que sin pensarlo dos veces, tomé el desvío por una
carretera sin asfaltar y enseguida empezamos a encontrar indicaciones hacia
Waenhuiskrans. De repente, aparecimos en una carretera que nos regalaba un
paisaje precioso. Campos llenos de vivas flores amarillas que contrastaban con
un cielo azul y montones de nubes. De nuevo Sudáfrica nos regalaba paisajes
inolvidables.
Casi sin darnos cuenta aparecimos
en el pueblo de Arniston y nos fuimos directamente hacia Waenhuiskrans. Nada
más llegar a su playa, enseguida me atrapó la belleza del lugar. Aguas
turquesas, pequeñas formaciones rocosas donde rompían las olas con fuerza, dunas
de arena fina….una maravilla.
Tras preguntar por la marea nos volvieron a
confirmar que hasta entrada la noche no volvería a haber marea baja, así que decidimos
a ir a visitar la cueva desde las rocas, ya que el camino no lleva más de diez
minutos. En la zona hay diferentes miradores, así que uno puede perderse entre
ellos y encontrar pequeños rincones mágicos.
Una vez visitados, nos fuimos
hasta Waenhuiskrans, la cual pudimos ver bastante bien desde uno de los
pequeños acantilados de la zona.
No hace falta decir que me quedé con todas las
ganas de visitarla, pero con la marea que había se hacía del todo imposible,
así que dimos por concluida nuestra visita a Arniston. Antes de marchar pudimos
ver a un surfista practicando surf en la zona (un auténtico crack), ya que al
parecer es un buen lugar para la práctica de este deporte.
La visita a Arniston
me encantó, y creo que si se visita Agulhas es un complemento perfecto para
hacer el mismo día. Con su visita nos despedíamos ya de la zona y nos poníamos en
marcha hacia nuestro siguiente destino, Hermanus, a un par horas de donde nos
encontrábamos. Para llegar hasta allí debíamos tomar la R 316 y enlazar con la R 326 y tomar el desvío por la R 43, carretera que nos llevaría
hasta Hermanus, todo muy sencillo. De nuevo la carretera nos regalaba imágenes
de postal que hicieron del camino una atracción más.
Una vez llegamos a Hermanus
fuimos a buscar el backpacker que teníamos apuntado, Hermanus Backpacker, un
hostel muy acogedor. Encontramos alojamiento y decidimos quedarnos dos noches,
ya que íbamos a aprovechar la zona para realizar uno de los platos fuertes del
viaje, la inmersión en jaula para ver al gran tiburón blanco, sin duda, una de
las experiencias más impresionantes del viaje.
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