Hoy dejábamos Lhasa. Habíamos
pasado tres días inolvidables en esta ciudad y costaba hacerse a la idea que ya
no íbamos a volver a pasear por los alrededores del Barkhor, o llegar paseando
hasta las puertas del Palacio de Potala, pero por otra parte teníamos muchas
ganas de seguir visitando este increíble país, así que una cosa compensaba la
otra. Hoy comenzábamos nuestra ruta por la famosa Ruta de la Amistad
(Friendship Highway). Esta ruta o carretera une la ciudad de Lhasa con
Kathmandu, capital de Nepal en una distancia de unos 1.500 kilómetros ,
pasando por muchas de las montañas más altas del planeta, como el Monte
Everest, Cho Oyu, Shisha Pangma.... Se trata sin duda de una de las atracciones
más importantes del país.
Salíamos puntuales a primera hora
de la mañana en nuestro vehículo 4x4 que nos llevaría durante seis días a
cruzar esta mítica carretera. Como primera parada teníamos previsto el lago
Yamdrok, otro de los lagos sagrados de Tíbet. Aún sin habernos recuperado del
shock vivido el día anterior en Namtso Lake, salíamos de Lhasa con ganas de
seguir disfrutando de los paisajes que nos regalaba Tíbet, cosa que empezó a
ser palpable al poco de comenzar nuestra nueva aventura.
De nuevo volvíamos a quedarnos
sin palabras ante la belleza de las carreteras, montañas y ríos del país, algo
que a estas alturas de viaje ya parecía que era lo habitual.
Comenzamos a subir un puerto de
montaña bastante pronunciado. Mientras subíamos por él, todo el paisaje era tan
espectacular que no sabías muy bien hacia donde mirar. No querías perderte nada
de ese espectáculo. De repente llegamos a un mirador donde todo el mundo paraba
para disfrutar del lugar, así que paramos y por enésima vez volvíamos a hacer
miles de fotos.
Tras las fotos de rigor, nos
pusimos en marcha de nuevo hacia nuestro destino, Yamdrok Lake. Su nombre
significa "El lago de cisne" en lengua tibetana, y se encuentra a 4.441 metros de
altitud. Es uno de los tres mayores lagos sagrados de Tíbet, y se considera
sagrado porque según la mitología tibetana, es la transformación de una diosa.
Además se cree que es un lago con poderes predecibles que pueden ayudar a la
gente tibetana a buscar al sucesor del Dalai Lama. Es por eso que desde el
propio Dalai Lama hasta los habitantes de todo el país hacen peregrinaciones
hasta su orilla. Yamdrok lake es venerado como un talismán y se dice de él que
es parte del espíritu vital del país. Según la leyenda, si sus aguas se
secasen, Tíbet dejaría de ser habitable.
Continuamos subiendo por el
puerto de montaña hasta llegar a su cima, y de repente, sin previo aviso, justo
delante nuestro aparecía Yamdrok Lake con su azul turquesa en todo su
esplendor.
Fue imposible contener el grito de sorpresa y alegría al ver aquel
lugar. Nos fuimos paseando por los alrededores del aparcamiento, sin poder
dejar de mirar hipnotizados el lago.
Las nubes que inundaban el lugar dibujaban
bonitas formas en las aguas del lago, mientras la tonalidad de este cambiaba
según aparecía y se marchaba el sol. De nuevo la misma sensación invadía mi
cabeza, aquello no podía ser real. Era imposible que un lugar así pudiese
existir.
Tras hacer cientos de fotos otra
vez (lo habitual en cada parada que hacíamos), nos pusimos en marcha hacia la
parte baja del río y su orilla, desde donde también se obtienen unas bonitas
vistas, aunque en mi opinión las vistas desde la parte de arriba del lago son
insuperables.
Disfrutamos como niños todo el tiempo que estuvimos allí, pero
lamentablemente debíamos seguir nuestra ruta, así que nos pusimos en marcha
bordeando el lago por su preciosa carretera. Era imposible dejar de mirar hacia
él.
Tras parar para comer algo, nos
pusimos rumbo hacia nuestro siguiente destino, el glaciar Karola.
Se trata de un glaciar que se
encuentra a unas dos horas de Yamdrok Lake, y está situado a 5.550 metros de
altitud. De nuevo volvíamos a disfrutar de un nuevo espectáculo en forma de
carretera rodeada de enormes montañas con picos nevados.
Esta vez la carretera
parecía meterse por el mismo corazón de las montañas que la rodeaban hasta que
sin darnos cuenta apareció de la nada y enfrente nuestro el glaciar Karola,
otro regalo para nuestra vista.
De nuevo volvía a sorprenderme el hecho de
encontrar un glaciar como este a pie de carretera, pero a estas alturas quedaba
claro que este país es diferente a todo lo que había visto hasta ahora.
Visitamos el glaciar recorriendo
su pasarela de madera, disfrutando de la tranquilidad del lugar, de su belleza,
de su luz, de un grupo de niños que jugaban a los pies del glaciar... hasta que decidimos seguir con nuestra ruta.
Nos quedaba llegar hasta el que
sería nuestro último destino del día, Gyantse, donde pasaríamos noche. Antes de
llegar a nuestro destino, el lugar nos tenía reservada una última sorpresa, y
es que el día de hoy nos había dejado abrumados de tantos lugares imposibles de
olvidar. Paramos en una central hidroeléctrica donde de nuevo, las aguas
turquesas y las miles de banderas de oración que habían en sus alrededores nos
dejaban sin palabras.
Estábamos de nuevo en un lugar de cuento, con la cámara de
fotos echando humo, pero creo que lugares como los que habíamos visto hoy son
imposibles de retratar en una fotografía.
Tras un rato corto de viaje
llegábamos a nuestro destino y nos dirigíamos directamente hacia nuestro
hostel, el Yeti hostel, un bonito alojamiento en la entrada a la parte vieja de
la ciudad. Dejamos nuestras mochilas y nos fuimos a recorrer un poco esta parte
vieja de la ciudad.
Gyantse es una ciudad anclada en
el pasado. A principios del siglo XV se comenzó a construir una gran fortaleza,
Dzong, un magnífico monasterio y un impresionante Kumbum. La ciudad está
formada por cientos de casas, muchas de ellas vacías, que están comunicadas
entre si por estrechas callejuelas adoquinadas. En su monasterio llegaron a
vivir más de 1.000 lamas, hasta que la revolución cultural china acabó con toda
esta armonía. Hoy en día viven unos 70 monjes.
Fuimos paseando por sus calles
sin rumbo, perdiéndonos entre sus laberínticas calles, disfrutando de sus
rincones y sus gentes. Calles sin asfaltar, animales pastando en ellas, casas
humildes pero bien conservadas, sin duda el tiempo se había detenido en este
lugar mucho tiempo atrás.
Tras un agradable paseo nos fuimos camino de nuestro hotel para cenar,
saboreando todo lo que habíamos vivido desde que habíamos salido de Lhasa.
Llevábamos ya varios días usando una frase que repetíamos noche tras noche, "esto es imposible de superar",
pero al parecer Tíbet seguía empeñado en demostrarnos lo equivocados que
estábamos. Aunque nosotros estábamos encantados de seguir usando la misma frase
día tras día.
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