jueves, 22 de enero de 2015

Día 20 - Danda Gaun (Tihar Festival)

Despertamos en Danda Gaun y nada más salir de nuestra habitación, la tranquilidad y la calma que se respiraba en el lugar era del todo extraña para nosotros. Todo es tan diferente a lo que cualquiera de nosotros está acostumbrado, que a uno le cuesta creer que está en un lugar como este. Algo curioso que nos hacía ver donde nos encontrábamos era que para darse una ducha había que salir del pueblo, andar unos diez minutos hasta llegar a un pequeño arroyo que bajaba de la montaña del cual habían improvisado una pequeña tubería, la cual servía como alcachofa de ducha. Era allí donde todos los habitantes del pueblo iban a ducharse. Algo simplemente genial.
Los tres días que íbamos a pasar aquí nos iban a servir para descansar de todos los días de viaje que llevábamos encima. Quedaban ya muy lejos los primeros días que había pasado en tierras tibetanas, así que había que disfrutar de la tranquilidad de estos últimos días de viaje.


La vida en un lugar como este es más que tranquila. Un simple columpio hecho con cuerdas y una tabla atada a un árbol servía como atracción principal de todos los niños del pueblo, mientras los mayores su principal atracción consistía en jugar a las cartas. Chitra Gueta, el padre de Grande se dedicaba a hacer una especie de tofu de la leche de búfala que tenía en casa, mientras su madre Rup Kumari, llevaba toda la carga de la casa siempre con una sonrisa que contagiaba a cada paso. Probamos miel directamente extraída de los paneles de la colmena, comimos pomelos recién cogidos del árbol, mientras los pequeños de la casa se dedicaban a recoger los huevos que las gallinas iban poniendo en cualquier parte de la casa. La vida aquí es tan diferente que es inevitable replantearse quien es el que vive mejor realmente, ellos o nosotros. Difícil respuesta.


Pasamos el día tranquilamente sin hacer nada, cosa difícil que encajar. Uno tiene siempre la sensación de estar perdiendo el tiempo si está quieto sin hacer nada, más si estás de viaje. Lo difícil realmente es sentarse y disfrutar de eso, de no hacer nada. Cuesta, pero es una sensación increíble cuando se consigue. Lástima no hacerlo más a menudo.
Al llegar la tarde salimos un rato a pasear por el pueblo, relajados, sin ningún propósito. Estuvimos jugando con los niños del pueblo, hablando con ellos, haciéndonos montones de fotos con ellos, hablando sobre fútbol, enseñándoles nuestras fotos de casa.... pasando una tarde perfecta. 



A última hora de la tarde nos fuimos a las afueras del pueblo a ver una bonita puesta de sol con nuestros amigos. Eran unos anfitriones perfectos.



Tras la cena, algo diferente comenzaba a notarse en el ambiente. Era la noche grande de Deepawali. Un enorme altavoz comenzaba a sonar a todo volumen y el ambiente festivo era enormemente contagioso. Si la noche anterior fueron varios grupos los que fueron a casa de Grande a cantar y bailar, esta noche era nuestro turno. Salimos al centro del pueblo y sin saber de donde, comenzaron a unirse montones de vecinos de las casas de alrededor. Nos contó Grande que el dinero que iban a conseguir serviría para comprar sillas para los vecinos del pueblo. Tras unas breves palabras, comenzábamos la ruta de Deepawali. Entre veinte y treinta personas marchábamos en procesión alumbrados con linternas, andando por caminos imposibles que daban a parar a las puertas de las casas donde sus dueños salían a recibirnos con alegría. La emoción era indescriptible. 
Llegamos a la primera casa y los cantos comenzaron. Una especie de juego de palabras que iba cantando un speaker, mientras el resto del grupo repetía la misma estrofa continuamente. 


La escena nos sorprendió enormemente. Era algo inolvidable poder vivir ese momento con esta gente tan maravillosa. Una de las mujeres del grupo comenzó a cantar con una voz tan dulce que parecía irreal, mientras todo el mundo bailaba y gritaba al unísono. Todo aquello nos produjo un estado de shock inicial. No podíamos creer lo que estábamos viviendo.


Los cantos duraban hasta que los dueños de la casa sacaban un donativo en unas enormes bandejas hechas de paja, las cuales contenían arroz con y sin cáscara, comida (fruta y dulces) y dinero. 
Si el grupo cree que la cantidad de dinero que el dueño de la casa ofrece no es suficiente, siguen cantando hasta que el dueño se ve obligado a poner algún billete más. Una vez la cantidad puesta se considera aceptable, el dueño de la casa es llevado al centro de la ofrenda, donde baila con el resto de la gente mientras el resto del grupo se mezcla cantando, gritando y bailando. El ambiente es imposible de describir. La magia del momento hacía sentirnos únicos. 


Tras el baile final, el encargado de recoger el arroz volcaba este en los sacos que llevaba y el resto del grupo marchaba nuevamente en fila hacia la siguiente casa. Así estuvimos toda la noche, casa tras casa, baile tras baile.
No hace falta decir que éramos los invitados estrellas de la noche. Éramos el objetivo prioritario a la hora de bailar. Todos, desde niños a padres, los jóvenes, las madres... todos nos invitaban a bailar con ellos continuamente, peticiones que eran aceptadas por nuestra parte sin dudarlo un momento. Estábamos de fiesta y había que vivirlo. 
Nosotros decidimos poner punto final a nuestra aventura a la 1:00h de la madrugada, pero muchos de ellos estuvieron hasta las 6:30h de la mañana. Nuestro segundo día de Deepawali había sido una experiencia de esas que nunca se olvidan. Todo el pueblo se volcó con nosotros y nos hizo partícipes de su fiesta. Siempre estaremos enormemente agradecidos por dejarnos vivir una experiencia como la que vivimos aquella noche. 




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