jueves, 22 de enero de 2015

Día 21 - Danda Gaun (Tihar Festival)

Tras la fiesta de la noche pasada, hoy era el día grande de Deepawali. En el día de hoy, las hermanas se encargaban de poner las tikas para proteger a sus hermanos el resto del año. Es por eso que a esta fiesta se la conoce como el Tihar Festival. Una de las cosas que más me llamó la atención sobre esta fiesta es que todos los hermanos y hermanas se reúnen con su familia, es decir, si una pareja está casada, el matrimonio se separa en este día para juntarse con sus respectivos hermanos, algo que me pareció muy bonito y curioso.
Nosotros teníamos la suerte de vivir esta experiencia con las hermanas de Grande, Sarita y Sunita. Y no solo eso, a partir de ese momento de ponernos las tikas, pasábamos a ser hermanos, algo que para nosotros significaba muchísimo. 
Desde primera hora del día ya había cosas que hacer. La emoción se mezclaba con nervios e incertidumbre a partes iguales. Lo primero que debíamos hacer era darnos una ducha, ya que estar totalmente limpios para el ritual era una obligación.
Como en el día anterior, tuvimos que salir del pueblo unos diez minutos andando hasta llegar a la ducha masculina que había preparada para los habitantes del pueblo.
Tras la ducha más natural que nunca había tomado, con espectadores incluidos (medio pueblo vino a ver como se duchaban los dos guiris), regresamos al pueblo para dar comienzo al ritual.


Todos los hermanos sentados en riguroso orden de nacimiento. Nervios, risas, emoción, amabilidad, tradición... para nosotros todo era perfecto. No queríamos perdernos ningún movimiento de la ceremonia por pequeño que fuera.
Como maestro de ceremonia, Grande nos iba relatando paso por paso los movimientos de sus hermanas. Lo primero de todo era preparar las tikas de colores. 



Una vez se habían preparado, el siguiente paso era representar a los hermanos con moñiga de vaca (tan curioso como cierto). Cada trozo de moñiga representaba a uno de nosotros, una vez todos en fila, las hermanas los bendecían con flores y polvos de tika de colores. 


Todo era muy ceremonial, pero las risas eran inevitables. Una vez llegados a este punto, la ceremonia entraba en su parte más importante. Las hermanas hacían un círculo de aceite que nos rodeaba completamente. Este círculo nos protegía de todo mal. 


Después de esto, procedían a pelar unas nueces, símbolo del cerebro de nuestros enemigos. El siguiente paso consistía en lavarnos la cabeza uno a uno, paso que servía como preludio al acto final, la puesta de la tika.


Para poner la tika, el ingenio de nuestras hermanas volvía a sorprendernos. Utilizaban hojas de platanero, las cuales recortaban para sacar pequeños moldes que servirían de guía para que la tika quedase perfecta, cosa que consiguieron en cada uno de nosotros.


Y por fin llegó el momento más esperado. Nuevamente y por riguroso orden de nacimiento comenzaron a poner uno a uno las tikas de siete colores preparadas con tanto cariño, hasta que llegó nuestro turno. Nervios, emoción... se notaba que ellas se lo tomaban muy en serio. Fue uno de los momentos más emocionantes que he tenido la suerte de vivir tras muchos años viajando. Un momento que nunca olvidaré.


Tras ponernos la tika, las hermanas terminaban la ceremonia colgándonos del cuello un collar de flores naturales precioso que habían preparado previamente con sus propias manos. La ceremonia en sí había llegado a su fin, aunque aún quedaba una última cosa. 


Como último paso, prepararon unas bandejas con comida (fruta, galletas, dulces, frutos secos...), la cual reparten a todos los hermanos individualmente. Además de esta bandeja, nos regalan un billete a cada uno el cual debemos guardar todo el año para que nos traiga suerte y nunca tengamos problema de dinero. 


Ahora sí que había terminado la ceremonia por su parte. Tan solo quedaba un último gesto, esta vez por parte de los hermanos. Nosotros en agradecimiento a su bendición, debíamos hacer un regalo a ellas, cosa que nos llenaba de satisfacción. La emoción del momento nos había superado totalmente. Una vez terminó la ceremonia, nos hicimos cientos de fotos. Queríamos inmortalizar el momento y no perdernos ni el más mínimo detalle. Risas y abrazos, emociones compartidas... nada más que decir.
Tras la fiesta, de nuevo comimos todos juntos. Después de tres días, además del ritual de la tika nos sentíamos parte de esta familia y ellos se empeñaban en demostrarlo en cada gesto. 
Tras el paso de las horas, el ambiente continuaba siendo de fiesta grande. Toda la casa se llenó de gente y pasamos la tarde jugando a cartas y viendo llover desde el porche. Como la lluvia apareció durante la tarde, los cantos y bailes que quedaban para hoy se suspendieron. En su lugar, toda la familia (incluido nosotros, que ahora éramos miembros oficiales) nos reunimos en la cocina. Todos sentados en el suelo, nos pusimos a trabajar como un equipo (en realidad ellos fueron los que hicieron todo el trabajo) para preparar la cena. 


Nos juntamos catorce personas allí sentadas uno al lado del otro, el aura que se respiraba en aquel pequeño rincón de no más de seis metros cuadrados era mágico. Todos hablando con todos, riendo, ayudando, cocinando.... era una escena que rebosaba paz y armonía. Tras una rica cena llegó el turno del postre. De nuevo había que trabajar en equipo para preparar unas ricas empanadas de manzana y chocolate. El resultado final fue una noche redonda para un día inolvidable. Ahora sí que nuestro viaje había llegado a su fin. Aún quedaban un par de días, pero quedaba claro que aquello era el broche de oro para un viaje inolvidable. 




 





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