jueves, 22 de enero de 2015

Día 22 - Danda Gaun - Kathmandu

Hoy era un día triste para nosotros. Nos despedíamos de la familia de Grande por un lado y regresábamos a Kathmandu por otro, preludio que nuestro viaje por tierras nepalíes estaba llegando a su fin. Desayunamos en familia y tras preparar nuestras mochilas llegó el turno de la despedida. Últimas fotos para el recuerdo con nuestra nueva familia, sonrisas, miradas de cariño, abrazos sentidos.... dejábamos atrás a una familia inolvidable. Habíamos pasado tres días perdidos en lo más profundo de Nepal que no estaban en nuestro guión, gracias en parte a ese cúmulo de casualidades que el destino hace que sucedan sin saber muy bien porque. Habíamos disfrutado de su compañía y nos habíamos enriquecido enormemente con ellos, de su tranquilidad, de su amabilidad, de su sencillez, de su gran corazón... ojalá el destino vuelva de nuevo a cruzar nuestras vidas otra vez.


No solo nos despedimos de ellos, también lo hicimos de muchos de los habitantes del pueblo, quienes reflejaban en sus caras la alegría de haber vivido con ellos su fiesta. Por supuesto que también nos despedimos de nuestros amigos más fieles, los niños que con tan poco nos habían enseñado tanto. 
Tras los últimos adioses nos pusimos en marcha hacia nuestro destino, el pueblo de Tresuli, desde el cual tomaríamos el autobús que nos llevaría hasta Kathmandu.


Hoy tocaba bajar hasta el pueblo andando, trayecto que nos llevó un par de horas. Allí pudimos comprar los billetes y tras comprar algo de comida para el camino, nos subimos al autobús y pusimos rumbo hacia Kathmandu.


Viajar en bus local este tipo de trayectos es poco más que una tortura en toda regla. Autobuses repletos, gente encima unos de otros, paradas continuas para que suba gente en un autobús que no cabe ni un alfiler.... Cualquier viaje se hace interminable, pero esto forma parte del propio viaje, es el precio que hay que pagar para llegar hasta aquí. Lo haría una y mil veces más.
Llegamos a Kathmandu después de cuatro horas de tortura y marchamos directamente a dejar nuestras mochilas. Ducha rápida y directos a nuestro último destino en la ciudad. Hoy era nuestra última noche y tenía que ser en un sitio especial. El lugar estaba claro, cenaríamos en Boudhanath. Cogimos un taxi desde Thamel (400 rupias) y nos fuimos directos. Tras bajarnos del taxi, encaramos la entrada al recinto por el estrecho callejón de entrada, desde el cual la mirada impenetrable de los ojos de Buda nos daba la bienvenida.


Nos pusimos a recorrer la plaza, que a estas horas de la tarde-noche se encontraba más tranquila que nunca. Los turistas que durante el día abarrotaban sus calles dejaban paso a monjes y peregrinos budistas, quienes como siempre recorrían la plaza en sentido a las agujas del reloj haciendo girar sus ruedas de oración, recitando sus mantras, viviendo su fe como solo ellos saben. Nos empapamos de la tranquilidad de la plaza y nos embarcamos en su recorrido.


Tras el paseo subimos a una de sus terrazas para cenar, pedimos nuestras últimas Everest beer del viaje y disfrutamos recordando anécdotas y vivencias de los días tan increíbles que habíamos tenido la suerte de vivir. Muchas risas y emoción, muchas anécdotas e historias, mientras los ojos de Buda seguían mirándonos sin perder detalle.


Era la noche perfecta para un viaje perfecto. En Boudhanath cerrábamos un nuevo capítulo de nuestros viajes, pero seguramente sin saberlo allí mismo comenzaba a fraguarse el siguiente.




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